Cuando en 1926 la compañía naval Líneas Ybarra, antigua Vasco-Andaluza, una de las navieras más antigua de España (nacida en la segunda mitad del siglo XIX), tomó la decisión de iniciar un servicio de buques de pasaje, no imaginaba los inconvenientes que el final de la Guerra Civil española y el inicio de la Segunda Guerra Mundial le iba a acarrear. De los seis liniers que hacían ruta hacia América solo quedó a flote uno, el CABO SAN ANTONIO, el cual sufrió un accidente el 29 de diciembre de 1939 a la altura de Dakar, cuando desarrollaba uno de sus viajes desde Buenos Aires hasta España.
Con la celeridad obligada, la Compañía Ybarra se puso en contacto con la empresa Bergé y Compañía para la compra en Estados Unidos de al menos dos trasatlánticos. Pasarían casi cuatro años hasta que llegaran a España sus nuevas adquisiciones.
Se trataba de dos de los trece barcos diseñados para el ejército norteamericano, en un principio como transporte de tropas de la Primera Guerra Mundial, pero el inminente final de la guerra obligó a modificarlos como trasatlánticos; el gobierno estadounidense se los cedió a la empresa estatal U.S Shipping Board designada para la gestión de estos excedentes de guerra.
Antes de llegar de España estos barcos ya tenían su pequeña historia. El HOOSIER STATE, que es el que nos ocupa, fue botado el 23 de octubre de 1920 en los astilleros Shipbuilding Corp. de Nueva York. En 1921 fue entregado a la U.S Shipping Board para que lo colocara en el mercado. Y así fue, en 1922 fue fletado por la Pacific Mail para ser integrado a la línea regular San Francisco-Manila; ese mismo año se rebautizó como PRESIDENT LINCOLN. En 1925 cambió de dueño al ser transferido a la Dollar Line (fundada en 1893). En 1938 el Gobierno se vio obligado a hacerse cargo de la Dollar Line, creando para ello la American President Line para que se ocupara de la organización del servicio de los liniers que en ese momento cubrían las diferentes rutas de la naviera.
En 1940 el Gobierno español le aceptó a la naviera Ybarra la solicitud para la compra de dos barcos fabricados en el extranjero para recuperar la ruta hacia Sudamérica cubierta hasta ese momento eventualmente por la Compañía Transmediterránea. Fue así como los PRESIDENT WILSON y el PRESIDENT LINCOLN fueron adquiridos por una empresa española.
El PRESIDENT LINCOLN arribó al puerto de Cádiz a finales de agosto de 1941 con el nombre MARÍA DEL CARMEN con el que había sido bautizado provisionalmente. Pocos días después, el 4 de septiembre, inició su primer periplo hacia Buenos Aires vía Río de Janeiro y Pernambuco ya con su definitivo nombre, CABO DE BUENA ESPERANZA con matrícula de Sevilla, para continuar la costumbre de la Compañía de denominar a sus naves con nombres de cabos geográficos del mundo, regresando a Bilbao el 24 de octubre siguiente.
La primera vez que atracó en el puerto de Santa Cruz de Tenerife fue en noviembre de ese mismo año. Allí quedó amarrado durante varias horas el CABO DE BUENA ESPERANZA, un buque de 170,28 metros de eslora, 12.594 TRB., 32,82 metros de manga, 9,17 metros de puntal y 7,62 metros de calado; propulsado por cuatro turbinas de vapor Bethlehem S.B. Corp. Ltd., para una potencia de 13.200 HP lo que le imprimía una velocidad total 17 nudos. Tenía capacidad para 560 pasajeros colocados 260 de ellos en primera clase y 300 en segunda, con una tripulación compuesta por 206 miembros.
Siempre siguió la misma ruta, su salida se efectuaba desde el Puerto de Barcelona con escalas en Cádiz, Santa Cruz de Tenerife, La Guaira en Venezuela, Curaçao, Río de Janeiro, Santos, Montevideo, recalando en su destino final, Buenos Aires.
Paremos un momento la narración. Antes de continuar se hace necesaria una reflexión histórica que llame tu atención, estimado lector: Para un buque mercante, atravesar las procelosas aguas del Atlántico de la Segunda Guerra Mundial, representaba una aventura épica a vida o muerte, que habla por sí misma del enorme valor y pericia de capitanes y tripulaciones, sin duda merecedores de figurar con letras de oro en la Historia de la Navegación del siglo XX.
El viajar por el Atlántico durante esta etapa bélica hizo que el CABO DE BUENA ESPERANZA viviera algunas experiencias que quedarían grabadas en sus cuadernas durante el resto de su existencia. Fue así el caso del hidroavión rescatado en aguas cercanas al archipiélago canario. Se trataba de un aparato que, catapultado desde el acorazado británico MALAYA que escoltaba un convoy aliado, descubrió la presencia de dos navíos de la Armada alemana, el SCHARNHOST y el GNEISENAU y puso en alerta al convoy, sin embargo, la escasez de combustible le obligó a realizar un amerizaje de emergencia quedando a la deriva. Sus llamadas de auxilio fueron atendidas por el CABO DE BUENA ESPERANZA que se dirigió hasta su posición. Tras varias horas de búsqueda, rescató a la tripulación del hidroavión y tras estibar la pequeña nave en la cubierta, los trasladó hasta el puerto de Santa Cruz de Tenerife, a donde se dirigía procedente de Buenos Aires. Como curiosidad concluiremos esta historia aclarando que el hidroavión fue almacenado en las instalaciones de la consignataria tinerfeña Hamilton y Compañía mientras la tripulación regresaba a su país. Poco tiempo después, el avión fue cargado en el transporte de la Armada Española COTRAMAESTRE CASADO con destino a Las Palmas de Gran Canaria. No debemos olvidar que aunque España no participaba activamente en la guerra, no se encontraba entre los países aliados.
Llegados a este punto, queremos reseñar el último viaje que un ilustre caballero, el más universal de los músicos españoles, el compositor D. Manuel de Falla, realizó a borde de un buque. Fallecido el 14 de noviembre de 1946 en su residencia argentina de Alta Gracia, Córdoba, sus restos mortales fueron embarcados en el CABO DE BUENA ESPERANZA el 22 de diciembre para que descansaran eternamente en su patria española. El primer puerto español en el que recaló fue el de Santa Cruz de Tenerife, al que llegó al cabo de una semana, donde recibió un sentido homenaje. A mediodía el féretro fue descendido a tierra bajo las notas de la marcha fúnebre «Recuerdo de los muertos» interpretada por la banda municipal de música de la capital tinerfeña. En una carroza funeraria fue trasladado al Ayuntamiento de la ciudad en medio de una solemne comitiva. En las Casas Consistoriales quedó instalada la capilla ardiente hasta las cinco y media de la tarde, hora en que el cortejo inició el regreso al puerto para embarcar el féretro en el minador de la Armada Española MARTE (más tarde fragata antisubmarina) que sería conducido a Cádiz a donde llegaría el 9 de enero de 1947. Su cuerpo fue depositado en la cripta de la catedral gaditana.
Transcurrió así la vida del CABO DE BUENA ESPERANZA hasta que, como a todo, le llegó el final. Los tiempos modernos obligaban a sus dueños a renovar la flota para mantenerla competitiva, y en cuanto las nuevas adquisiciones entraron en servicio, en 1958 fue amarrado ya definitivamente para a continuación ser vendido para el desguace. El soplete daría fin a sus días de sol y sal.
© Coral y Ramiro González