viernes, 3 de octubre de 2008

Joven Gaspar

JOVEN GASPAR

Históricamente, la difícil pervivencia de algunos pueblos ha obligado y sigue obligando a sus habitantes a abandonar casa, familia y enseres, acuciados por el hambre y el oscuro futuro que planea sobre sus vidas. Atraídos por los cantos de sirena emitidos desde tierras lejanas, se aventuran a iniciar un camino, cuya única meta es ese paraíso donde la vida parece transcurrir sin esfuerzo en medio de la opulencia; nadie les advierte de que se trata de una utopía, cuando no de una trampa a veces mortal.

Raro es el día en que los medios de comunicación de Canarias no nos anuncian el avistamiento o la llegada de una nueva embarcación, sea cayuco o patera, procedente de cualquier punto de la costa occidental africana, cargada con un número indeterminado de subsaharianos; no se especifica sus nacionalidades, eso no es noticia. Acto seguido, las organizaciones humanitarias en turno de oficio hacen oír su voz a favor de los indocumentados, quienes, una vez han pisado tierra, a ojos de una parte de la sociedad parecen convertirse en un híbrido entre refugiado y delincuente. Y siempre surge el recuerdo seguido del clásico comentario: “durante la primera mitad del siglo XX los canarios vivieron circunstancias iguales, viajaron en condiciones semejantes y, sin embargo, allí donde llegaron fueron acogidos con los brazos abiertos, y este, ahora, es el momento de devolver el favor”.

¿De verdad? ¿Hablan en serio? ¿Repasamos la Historia?

Ojeemos nuestro pasado reciente y llamémosle, por ejemplo, JOVEN GASPAR.


El "Joven Gaspar" navegando a todo trapo en aguas canarias.

© de la foto Ramiro González

Se trataba de una estilizada goleta construida en 1898 por los carpinteros de ribera del puerto de Santa Cruz en Tenerife. Después de casi medio siglo prestando fielmente sus servicios fue destinada, en sus últimos días de vida útil, a la carga de sal para la industria conservera de salazones, ya que se había quedado obsoleta para otra cosa.

Sin embargo, los armadores encontraron un pequeño filón para este tipo de vetustas embarcaciones condenadas a un inminente desguace: la ola de emigración clandestina empujada hacia lejanas tierras de promisión. El procedimiento era sencillo, las traspasaban a aquellos que vendían “pasajes” para marchar allende los mares. Una vez habían obtenido una cantidad algo superior a lo pedido por el propietario, compraban el barco para organizar un viaje hacia una vida diferente; solo quedaba acordar el punto de embarque, generalmente una cala escondida, y todo en el más estricto secreto.

El JOVEN GASPAR fue comprado en diversos puntos de Tenerife, es decir, numerosas personas pagaron entre 3.000 y 9.000 pesetas de los años cincuenta del siglo XX. Pero el nombre que constaba como propietario de la goleta era el de Álvaro Padrón, quien no dudó en presentarse al patrón, don Ginés, un viejo marinero gran conocedor de las aguas del archipiélago canario y las cercanas costas africanas; él, junto a su pequeña tripulación compuesta por cinco parientes, puso rumbo, hipotéticamente hacia Arrecife de Lanzarote, así es como se había despachado ante las autoridades, pero la realidad era muy diferente.

En el ínterin, en la isla de Tenerife, un camión iba recogiendo a los pasajeros en los distintos lugares acordados y así llegaron a La Matanza de Acentejo, un municipio del norte tinerfeño. Desde allí, caminando por un tortuoso sendero y sólo alumbrados por unas antorchas, llegaron a una cueva en la costa, en una zona conocida como Callado Menudo, donde permanecieron dos días en unas condiciones incómodas, pues muchas de aquellas personas no fueron preparadas para aquella espera, y la carencia de comida, fruto de la urgente improvisación y de la clandestinidad, fue una dificultad socorrida únicamente por la caridad de los que fueron más previsores.

Zona de la costa de La Matanza de Acentejo, conocida como "La Negra" o "Callado menudo"

© de la foto Ramiro González

Tras algunos problemas de entendimiento a bordo, el JOVEN GASPAR, que había salido del puerto de Santa Cruz de Tenerife con un falso rumbo, fondeó frente a la gruta donde la espera se estaba convirtiendo en angustiosa. Con dos falúas fueron trasladados los ciento cincuenta pasajeros a bordo del pequeño barco recortado en el crepúsculo de aquel día de mediados de junio de 1950. Las primeras luces del amanecer obligaron a acelerar el proceso de embarque y salida, pues partir de viaje sin permisos oficiales, en la España franquista de aquellos años era delito.

Una vez desplegado el velamen, se enfrentaron a la primera dificultad. Los víveres y los enseres de cocina habían sido depositados en una cala del Puerto de la Cruz, en la escarpada costa norteña de Tenerife, pero les habían llegado noticias de que en aquella zona se había concentrado gran número de paisanos esperando también poder convertirse también en emigrantes, aunque fueran clandestinos. El JOVEN GASPAR ya iba sobrecargado; acercarse a aquella costa sería un suicidio, casi de la misma magnitud que abrir rumbo hacia mar abierto sin los mínimos víveres indispensables. Uno de los pasajeros, proveniente de la isla canaria de El Hierro, aportó una valiosa solución: allí, en aquella pequeña isla, en la localidad de Sabinosa, podrían encontrar lo necesario. Casi de inmediato, el bauprés marcó a son de mar el rumbo hacia la isla más occidental del archipiélago canario.

Una vez arribados a El Hierro, los pescadores de la zona de Orchilla (el punto más occidental de España) les guiaron hasta los agricultores de la zona. Algunos de ellos, a cambio de pasaje, les proporcionarían los tan ansiados víveres. Así subieron a bordo cuatro vacas y dos cerdos, sacrificados sobre la marcha, varios sacos de papas, judías, harina, gofio, higos secos y toda el agua que pudieron acarrear, y no fue fácil encontrar rincones libres donde estibar los suministros. Con celeridad desplegaron las velas debido a la sospecha, no necesariamente infundada, de la presencia cercana de la Guardia Civil. Por fin, el veintitrés de junio pusieron rumbo a Venezuela.

Nada más lejos de un viaje placentero. El patrón, don Ginés, ignoraba que entre el pasaje se encontrase un piloto, experto en navegación astronómica, apellidado Cejas, con la misión de hacerse responsable de la derrota del buque. Esto acabó por desconcertarle. El hecho de tener que compartir la autoridad a bordo no era del agrado de don Ginés. La tensión se fue acrecentando hasta el punto que aprovechando su guardia, don Ginés cambiaba el rumbo señalado por Cejas; cuando este se daba cuenta y se cercioraba con su sextante, corregía no sin mostrar sonoramente su contrariedad. No podía entender cómo un hombre que ignoraba todo sobre la navegación de altura, se permitiera poner en duda su profesionalidad, de la cual había sido separado por cuestiones políticas, no por incompetencia.

Mientras las diferencias en la tripulación se iban haciendo patentes, los pasajeros comenzaban a pasarlo mal. En principio la escasez de espacio hacía dificultosa la convivencia. Tampoco se calculó adecuadamente la cantidad de víveres y agua por persona y día, por lo que a partir de un momento dado hubo que establecer un severo racionamiento alimentario. Los útiles de cocina habían quedado en tierra junto a las provisiones en el Puerto de la Cruz lo que les obligó a improvisar. Y por si fuera poco, sobre todo al principio del viaje, muchos se marearon.

Por fin, veintisiete días después de navegar hacia poniente, avistaron tierra (gracias a Cejas). Se trataba del pequeño archipiélago de Los Testigos, al Noreste de Isla de Margarita. Tuvieron dificultades para pasar una zona rocosa de escasa profundidad, con el peligro de rozar, si no golpear, la quilla. Muy cerca de allí contactaron con un buque, cuyos tripulantes les dieron informes sobre la posición correcta. Tres días después vieron por fin Venezuela.

El 24 de julio de 1950, agotados y hambrientos, (el racionamiento fue tan drástico que les al final sobraron cuatro bidones de agua, de doscientos litros cada uno), llegaron a Puerto la Cruz, al norte del país. Allí fueron interceptados por una patrulla costera que les obligó a dirigirse hacia un fondeadero del muelle donde se les ordenó echar el ancla. Y allí conocieron la aventura del NUBLO, un barquito de nueve metros, que con quince personas a bordo y patroneado por un adolescente, logró llegar a costas americanas en solo treinta y tres singladuras. Pero volvamos al JOVEN GASPAR; tras comprobar las autoridades que se trataba de viajeros clandestinos sin apenas documentación, esperaron órdenes de Caracas. Estas fueron muy claras. Se les aprovisionó para una larga travesía, se les remolcó a unas tres millas mar adentro y se les ordenó regresar a su punto de partida. Resueltos a doblegar su destino, no obedecieron y pusieron rumbo al Oeste, hacia La Guaira tardando tres días en llegar. Tras arribar colisionaron con un barco, accidente que deliberado o no, dejó al JOVEN GASPAR imposibilitado irreversiblemente para continuar viaje. Dadas las circunstancias, fueron forzados a fondear cerca de otros barcos ilegales y quedaron bajo la custodia de la Policía portuaria.

Se les permitía saltar a tierra para trabajar en lo que les fuera saliendo pero regresaban al barco pues era su único alojamiento. Poco a poco fueron obteniendo documentación, unos, reclamados por familiares ya asentados en Venezuela, otros, o con contratos de trabajo, en ocasiones ficticios. Al final todos pudieron abandonar el JOVEN GASPAR para poder iniciar la vida digna que empezaban a sospechar no existía.

Las autoridades venezolanas estaban muy molestas con el continuo goteo de ilegales y así se lo hicieron notar a las españolas a través del cónsul de Venezuela en Tenerife quien recibió un telegrama de su ministro de Asuntos Exteriores, Gómez Ruiz, que decía:

«Sírvanse informar a la prensa de las Islas, que los veleros españoles, NUBLO y JOVEN GASPAR llegados a Venezuela con inmigrantes clandestinos, fueron rechazados y conducidos a altamar, por buques de guerra venezolanos. Sus capitanes y armadores, si insisten en regresar a nuestras costas, serán ingresados en la Prisión Correccional de la Selva del Orinoco, por tiempo indefinido. Pues el Gobierno Venezolano está dispuesto a poner término definitivamente a este problema.»

La noticia produjo júbilo entre los familiares canarios, quienes se enteraban así de la llegada, sanos y salvos, de sus seres queridos. Pero la otra lectura de este telegrama es obvia, a nuestros paisanos no los socorrieron remolcándolos hacia tierra, ni los recibió la Cruz Roja en la misma orilla con mantas, alimentos y cariño, sino con patrulleras de la Armada venezolana con talante amenazador y con los ecos del discurso del diputado del Partido Comunista de Venezuela, Gustavo Machado, quien en 1948 dijo. “…en cuanto a la política dirigida por el Estado hay otro peligro, puesto ya en evidencia: la mala selección, que llena nuestro país de la escoria de Europa: cabareteras, gigolos, vagos, narcómanos, estafadores, fascistas y criminales de guerra…”.

Al final el patrón pidió ayuda al consulado español y fue repatriado. Al llegar a Tenerife fue detenido, pues los antiguos propietarios del velero le denunciaron por estafa. Una vez aclarado todo, la historia acabó.

Y aquella bonita goleta, con sus viejas cuadernas cansadas y vencidas por los años de sol y de sal, acabó sus días en un punto indeterminado del puerto de La Guaira, viendo resignada como se le caían en escamas la poca pintura que le había quedado, sus fieles velas que un día ciñeron orgullosas el viento por la amura haciéndose jirones, su tablazón, ya abierta, desprendiéndose lentamente de las cuadernas…soñando todavía con los rociones de la mar…. Doloroso final para tan digno héroe.

Pero el JOVEN GASPAR no fue el único “barco fantasma de la emigración”, y ni muchísimo menos el que más penalidades padeció. En breve, contaremos la historia de un gran clásico: el TELÉMACO, un barco que, por méritos propios, se ha convertido en el icono canario de las vicisitudes y penurias de un pueblo que, perseguido por la necesidad, se vio obligado a ser testigo de sacrificios que nunca ha merecido la Humanidad.

©Ramiro y Coral González