Cuán innumerables veces nos hemos preguntado, paseando por la playa, qué haríamos si encontrásemos una botella con un mensaje en su interior, una romántica ilusión que pertenece al terreno de la leyenda. O no.
Almáciga, costa norte de Tenerife, año 1949. Andando por aquellas arenas bañadas por el Atlántico, unos vecinos de la zona atendieron a un reflejo que salía de unas rocas, sin dudarlo acudieron curiosos y allí estaba, una botella con lo que parecía un papel dentro. Sin dudarlo corrieron a la escuela para que la maestra les ayudara a desentrañar tan enigmática señal. Allí vieron que se trataba de estampas de una Virgen desconocida para ellos y un escrito que hablaba de unos peregrinos a Santiago.
En efecto, aquel era año Xacobeo y unos jóvenes bilbaínos embarcaron en Santurce en el vapor ARAGÓN para peregrinar a Compostela. Un día, uno de ellos decidió introducir en una botella cinco estampas de la Virgen de Begoña, una petición de advocación hacia ella y su certificado de peregrino en cuyo dorso escribió:
«En el vapor Aragón a 27 de agosto de 1948. 35 peregrinos de la Acción Católica de Bilbao a Santiago de Compostela, saludan a los que encuentren este mensaje y piden al Señor consigan encontrarse con nosotros en el cielo.»
Y con mucha ilusión, Martín Valle García, que así se llamaba nuestro soñador amigo, lanzó la botella a las oceánicas aguas frente al Cabo Vilan.
Aquel 29 de abril de 1949 fue muy especial para Eusebio Sosa, su esposa Benita Izquierdo y la hermana de esta, Luisa, cuando la maestra de su pueblo les reveló lo que contenía el papel de la botella. Raudos se dirigieron a la Iglesia de las Nieves, parroquia de Taganana, pago al que pertenece el pueblecito de Almáciga, a contarle al señor cura el mágico hallazgo. Puesto en conocimiento del Obispado, recordaron que el párroco de la Concepción, importante iglesia de Santa Cruz, la capital, era de Bilbao. El padre jesuita Luis Eguiráun, encantado con el “milagro” hizo llegar la noticia, junto con la petición de un cuadro de la Virgen, algo más digno que las estampas, a la capital vizcaína lo cual provocó un pequeño revuelo. La Virgen de Begoña despierta fervorosa devoción en las gentes de aquellas tierras vascas, y la llegada de la ya famosa botella fue considerada como un milagro mariano, y en cierto aspecto marino, pues los pescadores de la zona reverencian a su Virgen a quien dedicaban salves al distinguir el santuario recortado en la montaña cuando van en sus traineras. Y no, no se enviaría un cuadro, sino una réplica de la imagen a… ¿Dónde había llegado aquella botella?
A Almáciga. Una modesta aldea sita en la abrupta costa norte de la isla de Tenerife, Canarias; localizada en Taganana, una de las zonas más bellas de la isla y de gran historia conservada en sus callejuelas, antiguas casas y los pequeños tesoros de su iglesia de Las Nieves. Para más detalle, pertenece al municipio de Santa Cruz de Tenerife, la capital.
Una vez ubicada en el mapa, comenzaron los trabajos de la cuestación popular para que el reputado escultor local, José María Larrea, realizara en su taller de la bilbaína calle de la Sendeja, una imagen lo más parecida posible. No era época aquella de abundancia, y los feligreses no pudieron reunir ni remotamente lo necesario. Sin embargo, cuando ya cundía el desánimo, un donante anónimo cedió cinco mil pesetas, de 1949; siguiendo el ejemplo, una acomodada dama, tal vez por devoción, legó todas sus joyas para enriquecer el manto de la nueva Virgen. Y finalmente, un conocido platero del lugar donó también la peana, la media luna de metal dorado, el cetro y las coronas de la Virgen y el niño.
Se despidió a la imagen con todos los honores y fue embarcada el 2 de mayo de 1950 en una cañonera de la Armada Española que la llevaría hasta Santurce, allí fue reembarcada en el flamante MONTE URQUIOLA, de la Naviera Aznar. El día 6 de ese mismo mes el buque hacía la segunda escala de su corta historia, pero la más importante, en el puerto de Santa Cruz. Allí fue recibida por numeroso público. En solemne procesión la imagen fue trasladada al pueblo de Taganana. En un principio hubo complicaciones para su ubicación, pero, o por empeño de las gentes de Almáciga, o por voluntad de la Virgen (Bego-oña en el antiguo dialecto vascuence significa “Déjame aquí”), ya que en Almáciga había aparecido, de allí no se iba a mover, allí se quedó. Moró en una modestísima ermita dedicada a San Juan y que hoy se ha perdido por la pobreza de sus materiales y el pasar del tiempo. No obstante, en breve, la Virgen de Begoña contará con un santuario de estética controvertida para su debido culto; mientras tanto la podemos admirar en una ermita construida por los vecinos con sus propias manos hasta que tenga un hogar definitivo.
Desde entonces, el último domingo de abril de cada año se celebra su fiesta en conmemoración de la aparición de la botella, y curioso, es difícil llegar a aquel pueblo, y Bilbao queda muy, muy lejos de allí, sin embargo, ese día, tinerfeños y vascos se unen en el cariño que les inspira la Virgen de Begoña.
Comenzamos con la legendaria ilusión de encontrar un mensaje en una botella, traída por el mar, y terminamos con la llegada de una Virgen, también por mar. De hecho, para los católicos, la Virgen es un mensaje, de Luz y Esperanza, pero mensaje al fin, en una botella diferente; y es que a Canarias son varias las imágenes de vírgenes que han llegado por el mar tal vez, a modo de botella con mensaje.
© Coral González.
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