Nada hacía presagiar que aquel viaje de finales de 1924 del petrolero «S S Watertown» resultara de lo más desconcertante. Se dirigía a Nueva Orleans vía Canal de Panamá y la tripulación se dedicaba a las duras tareas cotidianas de un buque como aquel.
Todo se desarrollaba conforme a los planes del día cuando la desgracia se cernió sobre el barco. Dos de los marineros, James Courtney y Michael Meehan fueron víctimas de un accidente fatal, al inhalar gases tóxicos fortuitamente, mientras limpiaban uno de los tanques de carga. Sus compañeros no pudieron hacer nada para socorrerles.
El luto cubrió el «Watertown». Ese jueves 4 de diciembre, frente a las costas mexicanas, todos se prepararon para el funeral marinero en el que, en medio de un sobrecogedor silencio, solo roto por las palabras ceremoniales pronunciadas por el capitán, los dos cuerpos fueron lanzados al mar para permanecer eternamente, en la muerte, en los dominios que habían habitado en vida.
Tras volver a los quehaceres cotidianos, algunos días después la rutina fue rota por la irrupción de un marinero, quien, nervioso, comunicó que en el agua, a unos tres metros del casco, se podía observar algo parecido a dos rostros que no se separaban. De hecho, en un principio él había pensado que se trataba de dos hombres que se encontraban flotando cerca del barco, pero aquello ya le parecía extraño. Las burlas no se hicieron esperar. Duros habían sido aquellos días de ausencia y reflexión, y los dislates de un compañero podía ser el antídoto para distender la situación. Pero otro marinero, quien curioso se había asomado a la borda, también fue testigo del fenómeno, y al poco rato la tripulación al completo observaba con estupor que no sólo se trataba de dos caras perfectamente definidas, es que las podían identificar: eran sus compañeros fallecidos, sin lugar a dudas.
Una vez llegados a Nueva Orleans, el capitán Keith Tracy se dirigió a las oficinas de su compañía para hacer las tramitaciones acostumbradas. Aprovechó, ya que aún no había salido de su asombro, para explicarles a sus jefes lo acontecido.
Estos, como era de esperar, consideraron que el capitán había pasado demasiadas horas al sol y el salitre, por lo que su cerebro quizá empezaba a dar muestras de resecamiento. Pero era un buen tipo y no querían alterarle, aplicaron una fórmula diplomática: quizá fuese una buena idea fotografiar semejante prodigio. Y al capitán le pareció una buena idea.
Pocos días después iniciaban un nuevo viaje y el capitán Tracy no olvidó llevar una cámara fotográfica. Y le fue de muchísima utilidad.
Al poco de zarpar, los rostros volvieron a aparecer. Les sacaron un total de seis fotos con una llamativa cámara de fuelle. No veían el momento de llegar a tierra para revelar el carrete. Cuando tuvieron en sus manos las fotografías, el primer sentimiento que les abordó fue el desconcierto. Mientras les sacaron las fotos, las caras habían permanecido a la vista; sin embargo, en cinco de ellas no aparecían. Afortunadamente, en la última sí quedaron registradas con absoluta claridad. Todos los que les habían conocido, insistieron en que aquellos eran James y Michael.
Parece ser que las fotografías han pasado por diversas pruebas y, a día de hoy, no se ha encontrado ningún tipo de montaje. Y este es el verdadero misterio, la enigmática fotografía existe, es muy fácil hallarla en la Red. Lo imposible es encontrar el barco, no hay datos del «S. S Watertown», lo que le ha convertido en un verdadero barco fantasma.
© Coral González.
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Foto obtenida en Internet.
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