El 14 de junio de 1909 se
promulgó una ley que organizaba los servicios marítimos y dotaba de
subvenciones a aquellas navieras que ganaran el concurso correspondiente,
concurso que se convocó en 1910 en virtud de la Real Orden de 8 de abril de
1910. La Compañía Valenciana de Vapores
Correos de África, resultante de la unión de La Compañía Valenciana de
Navegación y La Roda Hermanos, las cuales se fusionaron precisamente para optar
al concurso, fue beneficiaria de una de las concesiones que estaban en juego,
concretamente la correspondiente a los servicios entre la Península, el N. de
África y la línea regular entre Barcelona y Canarias. El servicio en cuestión
sería, uno diario entre Málaga, Melilla, Alhucemas, Chafarinas, Restinga y Cabo
de Agua. Semanal entre Alhucemas y Melilla. Quincenal de ida y vuelta entre los
puertos de Barcelona, Tarragona, Valencia, Alicante, Almería, Málaga, Mellilla,
Alhucemas, Río Martín, Ceuta, Tánger, Carache, Casablanca, Selfi, Mazagán,
Mogador, Arrecife, Puerto de Cabras, Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de
Tenerife. Cinco viajes por semana entre Cádiz, Tánger, Ceuta, Algeciras y
Larache.
Las condiciones del concurso
exigían 22 vapores de entre 1.000 y 2.500 toneladas con camarotes modernos y
lujosos, con luz eléctrica y algunos de ellos tendrían telegrafía Maroni.
La Compañía Valenciana de Vapores
Correos de África contaba con doce buques, cantidad insuficiente para cumplir
con lo exigido por el pliego de condiciones del concurso por lo que optó por la
compra de algunas unidades. Tres de ellas fueron construidas en astilleros
italianos algunos años antes.
A finales del siglo XIX, para
cubrir las líneas entre la península italiana y Cerdeña y Sicilia, la compañía
Navigazione Generale Italiana encargó a los astilleros Orlando, de Livorno, el
vapor Ignazio Florio y a los astilleros Cantieri Navale Odero de Génova, al NW
de Italia, otros tres vapores: Cristoforo Colombo, Galileo Galilei y Marco
Polo. Nos centraremos en este último.
Con número de grada 166 fue
construido en 1896 con una eslora de 86,35 metros , una
manga de 11,25 metros
y un puntal de 5,70
metros . Carga máxima 1.514 toneladas y un desplazamiento
de 2.850 toneladas. Conseguía una velocidad de 16,5 nudos gracias a una máquina
de tipo alternativa de triple expansión de vapor, alimentada, obviamente por
carbón. Lucía dos palos y una larga chimenea redonda, proa recta y popa
lanzada. Fue equipado con camarotes de forma que en primera clase viajasen con
comodidad 60 pasajeros, 42 en segunda, y un número sin definir en la tercera
clase ubicada en los entrepuentes.
El Marco Polo fue comprado por la Compañía
Valenciana de Vapores Correos de África junto a sus otros dos hermanos (el Cristoforo
Colombo y el Galileo Galilei) por diez millones de pesetas en 1910. Fueron
matriculados en Valencia y sus nombres cambiados: el Cristoforo Colombo pasaría
a llamarse A. Lázaro, el Galileo Galilei fue bautizado como J.J Sister, y el
que nos ocupa se llamó desde ese momento Vicente Puchol o V. Puchol, nombres en
honor a los fundadores de la Valenciana de Vapores. El primer día de agosto de
ese mismo año comenzaron su labor en la línea Málaga-Melilla-Almería.
El 1 de octubre de 1914 el V. Puchol comenzó a
hacer el servicio desde Bilbao a Inglaterra saliendo con 1.512 toneladas de
carga y 64 tripulantes. Pocos días después comenzaría también a llevar correo.
En 1916 la Primera Guerra Mundial estaba en su
apogeo. Aunque España era neutral, salir a la mar era un peligro constante y
las exportaciones e importaciones comenzaron a resentirse lo que afectaba
gravemente a las pequeñas compañías navieras, las cuales veían como el trabajo
empezaba a escasear y las huelgas que se sucedían no mejoraban las cosas; como
ejemplo, en junio de 1916 un paro laboral dejó atracado al V. Puchol en Cádiz
varios días. Se hacía imprescindible buscar soluciones. Y esta llegó en diciembre
en forma de fusión. Se unieron la Valenciana de Vapores, Ferrer Peset Hermanos,
Línea de Vapores Tintoré, Vinuesa y Navegación e Industria, la cual no solo
aportaría cinco buques sino también los talleres Vulcano. Se consiguió así
ahorro en material y en tiempo, ya no dependían de astilleros ajenos con lo que
ello supone y, además, podrían trabajar para otros pudiendo, además, obtener
ganancias. Esta nueva empresa se llamará Compañía Transmediterránea.
Aunque su naviera ahora se llama de otro modo, el
V. Puchol sigue haciendo su trabajo cubriendo los servicios que se le van
asignando por lo que durante algunos años unió la Península Ibérica y las islas
Baleares, con algún salto ocasional a Andalucía y Melilla. La velocidad y
eficacia del V. Puchol, del J.J Sister y del A. Lázaro llevaron a que fueran
conocidos como las bicicletas de la
Transmediterránea.
La primavera de 1920 trae la noticia a Canarias
de que la Transmediterránea inicia un nuevo servicio de correo entre Cádiz y
las islas cubierto por el V. Puchol, lo que despertó cierta expectación pues
esta línea había estado temporalmente fuera de servicio. Se recuperaba así los
cuatro viajes anuales, salidas desde Cádiz los días 6 y 21 y regreso desde
Canarias los días 11 y 27 de cada mes. Y así, el día 24, a las ocho de la mañana,
se le recibió en el puerto de Santa Cruz de Tenerife con curiosidad aunque
quedara fondeado frente a la costa (en las siguientes visitas ya atracaría en
el muelle principal). Venía con una tripulación compuesta por 59 hombres al
mando del capitán Francisco Gómez. Dejó 10 pasajeros y algunas mercancías así
como el esperado correo. Esa misma noche partía hacia el puerto de La Luz y de
Las Palmas, también con correspondencia para la isla vecina y para la
Península, hacia donde partiría el día 27, concretamente a los puertos de Cádiz
y Sevilla. En la prensa de esos días podía leerse: “[…] sus distintos
departamentos, especialmente las cámaras, se hallan montados con gran lujo y
confort”. También la prensa se hace eco de una anécdota revestida de queja, el
V, Puchol dejó unos paquetes postales remitidos desde Barcelona, fechados en
diciembre de 1919. Por casualidad habían sido encontrado en las bodegas del
vapor Barceló, fondeado en la Ciudad Condal por orden del Gobierno, cuando fue
empleado este buque como calabazo para los 65 sindicalistas sorprendidos por la
policía cuando estaban reunidos en asamblea en el sótano de un café, diez de
ellos pudieron escapar, los demás fueron conducidos al Barceló.
En 1925 entró en la factoría Nuevo Vulcano de
Barcelona para sustituir sus equipos de propulsión obsoletos por los más
modernos de fuel-oil diseñados para que ocuparan el espacio de un modo óptimo.
Se trataba de dos máquinas propulsoras MAN de cuatro tiempos y 10 cilindros de
2.900 cv. y dos calderas. Conseguiría así los 18 nudos aunque el consumo diario
de combustible sería de 13 toneladas. Los trabajos se prolongaron hasta
mediados de 1926.
El día 11 de octubre de 1926, a las 11 de la noche,
a unas 35 millas
de Málaga, con tiempo despejado y al mando del capitán Navarrete fue embestido
por el petrolero francés Pallas, procedente del Estrecho y que no atendió las
señales acústicas del Puchol. La colisión fue fuertísima, y aunque en el
interior no se apreciaron daños los sobresaltados pasajeros se vieron obligados
a subir a cubierta alarmados. Ambos buques quedaron empotrados y dos botes de
babor del Puchol resultaron destrozados. Aunque ambos sufrieron serias averías
no tuvieron problema para continuar su viaje, el Pallas hacia Gibraltar, el
Puchol hizo parada en Málaga para hacer reparaciones de urgencia.
También tuvo tiempo para, aunque
inadvertidamente, pasar por la Histora de España. En junio de 1927 trasladó al
rey Alfonso XIII desde Sagunto hasta Valencia en el viaje oficial que realizó
el monarca, empeñado en conocer España, al Levante español.
En diciembre de 1929 fue protagonista de otro
accidente. Cuando navegaba rumbo a Melilla embistió a un pesquero, el cual no
tenía sus luces encendidas. El capitán y la tripulación se percataron de
siniestro gracias a los gritos de los pescadores, los cuales fueron rescatados
inmediatamente, junto a sus artes de pesca. El pequeño pesquero se hundió.
Algunos años después, en 1935, sin embargo salvó
a otro pesquero, el cual, había perdido el timón quedando a la deriva en un mar
muy movido cerca de Melilla.
En 1936 estalla la Guerra Civil española. Por
decreto del Gobierno Nacional, formado por los golpistas, con fecha de 27 de
octubre de 1936 todos los barcos de la Compañía Transmediterránea que habían
quedado en la zona Nacional, es decir en el territorio no controlado por los
republicanos, quedaban requisados para ser militarizados. 9 de ellos entre los
que se encontraba el Puchol, se habilitaron como buques auxiliares de la Armada
con mando y dotación militar.
Se acondicionaron como mineros en los astilleros
Echevarrieta y Larrinaga. En febrero de 1937 pasó a minar las aguas del
Mediterráneo. Algunos meses después fue transformado para pasar a ser crucero
auxiliar. Su chimenea fue sustituida por una de menor tamaño y ovalada. Tuvo
diversas misiones a lo largo de la contienda.
Terminada la guerra fue desmilitarizado,
desarmado y devuelto a la Transmediterránea. Comenzó a cubrir el servicio de
distintas líneas, entre ellas Sevilla-Canarias y ocasionalmente entre Canarias.
El 24 de agosto de 1960, a las 12 de la noche,
zarpó sin novedad del puerto de Santa Cruz de Tenerife con destino a San
Sebastián de La Gomera y Valverde de El Hierro. Llevaba 38 pasajeros a bordo y
52 tripulantes al mando del capitán Benito Felipe Gómez. El viaje no tenía nada
de especial, hasta que algunas horas después, hacia las 3 de la madrugada, y
quizá debido a la fuerte calima que limitaba la visibilidad, embarrancó en las
inmediaciones de Montaña Amarilla, frente al risco de El Calao, cerca de la
playa de Las Galletas, al sur de Tenerife. El panorama era desolador, la proa
quedó fuera del agua y la popa estaba notablemente bajo el agua y muy escorado
a babor. Se vio obligado a pedir auxilio, el primer mensaje lo lanzó un buque
inglés porque el V. Puchol sufrió averías en su sistema de telegrafía. El
primer buque en acudir a su ayuda fue el petrolero Teide. Rápidamente se puso
en marcha el remolcador Guanche al mando del capitán Miranda, saliendo a
primerísima hora de la mañana para llegar al lugar del accidente hacia las
diez. También zarpó el correillo Viera
y Clavijo con técnicos a bordo quienes esperaban llegara a Las Galletas entre
las cinco y media y seis de la tarde. Los pasajeros pudieron desembarcar en la
playa de Las Galletas sin novedad, y allí, sobre el terreno, fueron atendidos por
los vecinos de la localidad, los cuales se sorprendieron de la suerte del
buque, pues el mar estaba inusualmente tranquilo para lo que era habitual en
aquellas fechas, lo que hubiera sido fatal.
En un primer momento los esfuerzos por reflotarlo
fueron infructuosos. Los submarinistas que se sumergieron confirmaron la
sospecha: la quilla estaba fuertemente incrustada en el lecho rocoso donde
había embarrancado.
Mientras se buscaban soluciones, once de los
pasajeros decidieron regresar a Santa Cruz, los otros 47 continuaron su viaje a
bordo del Viera y Clavijo. La importancia de los correos en Canarias quedó de
manifiesto cuando al Viera y Clavijo, al sustituir al Puchol, dejó a la isla de
Fuerteventura sin barcos que la unieran con el resto del archipiélago lo que
provocó sonoras protestas. Esta situación se corrigió a la semana siguiente.
Desde el puerto de Las Palmas salieron los
remolcadores Fortunate y el Ra-1 de la Armada. Junto al Guanche consiguieron
ponerlo a flote, no sin antes haber hecho uso de dinamita para poder liberarlo
de las rocas que lo tenían aprisionado. Esto tenía lugar hacia las 4 de la
tarde, unas 35 horas después del accidente.
Lo remolcaron hasta Los Cristianos, al sur de
Tenerife, para hacer un primer estudio. A las 18:30 zarpó hacia el puerto de La
Luz y de Las Palmas.
Durante la noche sería trasladado a Las Palmas,
quedando amarrado frente a la entrada del varadero de Asvasa donde sería
reparado. Mientras tanto, su servicio lo cubrió el Ciudad de Mahón que tuvo
muchas quejas porque su mal estado de conservación provocaba continuas averías
con sus correspondientes retrasos.
El V. Puchol
entró en servicio nuevamente el 24 de noviembre de 1960, acontecimiento muy
celebrado por todos los usuarios, un tanto cansados de las averías del
sustituto.
En marzo de 1961 la isla de Tenerife vivía en un
momento de gran nerviosismo, su equipo, el Club Deportivo Tenerife, estaba muy
bien clasificado, era posible subir a primera división, pero quedaban algunos
partidos, uno de ellos, el gran partido: el derby entre las dos capitales
canarias. Si se ganaba, a PRIMERA. El equipo de la isla vecina de Gran Canaria,
La Unión Deportiva Las Palmas, también en segunda, no estaba tan bien
posicionado, pero el derby era el DERBY y había que ganarlo. Así que por las
dos razones más de un millar de hinchas del Tenerife se fueron en el Vicente
Puchol en viaje extraordinario el domingo 5 de marzo, con salida a 7:30 de la
mañana y vuelta a las 8 de la tarde, con la esperanza de volver cantando el
alirón. No pudo ser, aunque el partido de ida lo ganó el Tenerife por un gol a
cero, esta vez empataron a cero. Pero la alegría llegó algunas jornadas
después, el Club Deportivo Tenerife subió, por primera vez, a la primera
división española.
El Vicente Puchol se había
convertido en una figura muy familiar en los puertos españoles, mucho. Tanto,
que ya era indisimulable, llevaba toda una vida, y en 1962 se comenzaron a
escuchar quejas, era el más viejo de todos los barcos que se movían en
Canarias, incluyendo los Correillos Negros. En mayo de 1963 una avería provocó
un fuerte retraso en su salida desde Las Palmas hacia Arrecife, pero a la
vuelta, sufrió otra avería en Fuerteventura antes de regresar a Las Palmas. El
verano de ese mismo año fue fatal. El domingo 14 de julio encalló frente a El
Tostón, al norte de Fuerteventura, hacia las 5 de la madrugada cuando iba en
dirección a Arrecife, con buen tiempo y visibilidad; se consideró que había
fallado el timón. Al mando del capitán Isidro Arroyo se consiguió ponerlo a
flote por sus propios medios cuando subió la marea y continuar su camino,
pudiendo desembarcar a los 121 pasajeros y la carga en el Puerto de los
Mármoles sin más novedad. Allí unos submarinistas reconocieron el casco y
observaron ligeras rasgaduras. Los motores no habían sufrido daño y funcionaban.
Las autoridades dieron licencia para que se fuera a Las Palmas donde arribó el
día 15 a
las 6 de la tarde sin más contratiempo.
Su obsolescencia era manifiesta,
y si se había mantenido en activo hasta ese momento, fue porque varios correillos habían sido reformados y el
V. Puchol les había sustituido durante su ausencia. Pero su destino había sido
sentenciado desde hacía tiempo. Aquel día 15 de julio de 1963 fue su último
viaje. Cuando salió de Lanzarote hacia Las Palmas lo hizo sin pasaje ni carga
por seguridad.
Menos de un mes después, el 22 de
agosto de 1963 zarpó hacia su tan triste como inevitable destino final, los
astilleros de Unión Levantina, donde quedaría varado esperando que se cumpliera
la sentencia. El 22 de octubre de ese mismo año fue dado de baja y el 7 de
enero de 1964 fue vendido para su posterior desguace.
Y como tantos otros, acabó así la
vida de un pequeño barco que nació sin más ambición que cumplir con su deber de
hacer que las distancias se acorten en el tiempo, realizar sueños e ilusiones,
transportar noticias, buenas o malas, hacer de territorios fracturados como los
archipiélagos un continente, en definitiva, unir a las personas.
C. González.
1 comentario:
Una maravilla el post y explicado mejor aun, me ha gustado mucho!! Si te interesan nuestros servicios de alquiler de gruas pásate que te hacemos precio, un saludo
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