domingo, 22 de marzo de 2009

MUCHAS GRACIAS A TODOS (II)

....................................Panorámica del puerto y ciudad de Santa Cruz

A continuación vamos a centrarnos en el principal puerto de Tenerife, el de Santa Cruz.

Durante la época de la conquista, el castellano Fernández de Lugo escogió una bahía de Añazo, actual Santa Cruz, porque era la parte menos escarpada que facilitaba la penetración hacia el interior de la isla durante la contienda. Precisamente esa facilidad para entrar en la isla es lo que causó que se convirtiera en zona defensiva, fuertemente vigilada y artillada, de cara a los ataques piráticos.

En un primer momento, en el siglo XVI, se trataba de un varadero junto a la desembocadura del Barranco de Santos. Sufrió muchos avatares por la inexperiencia y los materiales poco adecuados de su fábrica, a lo que hay que añadir una sucesión de temporales, obligando a que el primer muelle fuese cambiado de ubicación. Se construyó uno nuevo un poco más allá, en la Caleta, que perduraría prácticamente durante todo el siglo XVII.

Ya era un puerto importante, pero el desplazamiento de la actividad comercial, consecuencia del declive de Garachico, trajo el establecimiento de una importante representación de la burguesía, cuyo empuje ayudó su crecimiento. No sería hasta 1787 cuando que se terminaría por fin un puerto seguro y cómodo para embarcaciones, viajeros y mercancías. Se consolidó así como el más importante de la isla. El acondicionamiento de las vías de acceso y la canalización del agua para el abastecimiento de los buques lo hicieron aún más necesario para los barcos que decidían hacer parada y fonda en la isla, que era muchos.

Pero este siglo XVIII fue difícil para el Puerto de Santa Cruz. En 1778 se liberalizó el comercio con América (*), es decir, el de Santa Cruz ya no era el único puerto canario del que salía mercancía hacia las Indias, pues hasta ese momento había tenido la exclusiva en el archipiélago. Compensó estas pérdidas con la salida masiva de isleños hacia América como colonos.

Aún así, siempre fue atractivo para piratas y corsarios. La enemistad entre los países más poderosos en pugna por la hegemonía, esto es, Inglaterra, Francia y España, puso en solfa a los territorios que se encontraban en el camino de los galeones de las distintas banderas. Canarias siempre ocupó un punto estratégico para la corona inglesa, así que los ataques por parte de la Armada de Su Graciosa Majestad no le hacían gracia a ningún canario. A modo de ejemplo mencionaremos tres de los ataques más conocidos. El 30 de abril de 1657, sir Robert Blake se presentó ante la ciudad con una escuadra compuesta por más de una treintena de barcos. La defensa fue férrea pero no suficiente y Blake obtuvo una de las mayores victorias de su vida. Peor suerte tuvo John Genings, quien el 6 de noviembre de 1706 llegó a los alrededores del puerto con banderas francesas —a la sazón, aliadas— pero algo hizo desconfiar a la guarnición, y efectivamente, en pocos minutos las enseñas fueron mutadas por la enemiga inglesa, poco honorable costumbre muy usada por los barcos británicos de la época. Pocas horas duró el ataque, y el señor Genings tuvo que replegar su tropa y sus engaños, porque le fue infligida una derrota de la que los guardianes tinerfeños aún se ríen en sus tumbas. Y la más importante de todas, el ataque de Nelson. El 25 de julio de 1797 el contraalmirante Horatio Nelson se presentó frente a Santa Cruz al mando de una pequeña flota escindida de la que, por aquellas fechas bloqueaba el puerto de Cádiz. Después de varias horas de lucha por mar y tierra, unas rociadas de balas de cañón de calibre considerable consiguieron hacer mella en la empresa de Nelson, y también en el brazo derecho de don Horatio. La única gran derrota del laureado héroe inglés, quien nunca pudo imaginar que una tierra tan humilde como era el Santa Cruz de aquel entonces albergara a población tan aguerrida, en la que hombres, mujeres y niños fueron invencibles. La invicta villa, puerto y plaza de Santa Cruz se quedó como recuerdo la enseña del navío de línea inglés EMERALD, y en el fondo de su bahía aun yacen los restos del cúter FOX.

La primera mitad del S. XIX, tampoco fue una época fácil para la isla de Tenerife y por ende para su puerto principal. El Archipiélago estaba atravesando por tremendas dificultades; prácticamente no se producía nada, los campos se estaban abandonando, la emigración era enorme y, por si fuese poco, una epidemia de cólera estaba atacando a la población. Todo era consecuencia de la pérdida de colonias en América. El Gobierno español había decidido proteger la producción nacional imponiendo un fuerte arancel al producto extranjero. En Canarias no había industria local y la importación era imprescindible, por lo tanto, la carestía y la posterior escasez era inevitable. La burguesía de la ciudad se empeñó en conseguir que se liberara el comercio en Canarias. Tardaron, pero lo consiguieron, aunque tuvieron que pasar varios años.


.................................................Puerto de Santa Cruz en 1904

Mientras tanto, en Santa Cruz se intentaba reparar los graves desperfectos que había provocado un fuerte temporal que azotó la ciudad en 1821, obras que concluyeron en 1824, quizá ayudado por el hecho de que Santa Cruz se convirtió en capital de la isla en 1822, acabando también con la hegemonía de la ciudad que lo había sido hasta ese momento, San Cristóbal de La Laguna.

Después de años de depresión económica y social, la reina Isabel II firmó, en 1852, el ansiado Real Decreto (que las Cortes elevaron a rango de Ley en 1870) por el que se designaba a los puertos canarios como puertos francos, es decir, se dispusieron reducciones aduaneras y se accedió a que las islas importaran mercancías desde el extranjero, lo que hasta ese momentos resultaba carísimo, así como la exportación de producción propia como era el caso, casi exclusivo en aquellos años, de la cochinilla, un insecto que crece en pencas o tuneras, muy apreciado en el mercado mundial como tinte natural para tejidos y otros productos, lo que hizo que su producción, precio y exportación se elevara considerablemente hasta el final del siglo XIX, lo que tuvo unas repercusiones económicas muy favorables para el Archipiélago.

También eran muchos los barcos europeos que hacían parada técnica en las islas de camino a América. Por ello se establecieron empresas extranjeras en el puerto de Santa Cruz con el objetivo de controlar sus barcos o lo que es lo mismo, sus intereses.

A finales del siglo XIX el puerto había sufrido una remodelación que lo prolongó 339 metros más, pues ya se había quedado pequeño, pero aún así, los buques de gran tonelaje no podían entrar, por lo que se veían obligados a fondear, haciendo el trabajo de carga y descarga las lanchas. Los barcos de cabotaje, más pequeños y de menor calado, no tenían problemas de atraque.


.............................................Antiguo muelle para la carga de carbón

El paso de la navegación a vela a los barcos propulsados por motores de vapor hizo precisa una ingente cantidad de carbón permanentemente disponible en el puerto de Santa Cruz. Cuatro empresas carboneras se establecieron en estas instalaciones portuarias, llegando a suministrar, entre todas, hasta 10.000 toneladas de carbón al año. Pero una competencia mal entendida con el Puerto de Las Palmas, unida al descontento permanente de los trabajadores del sector inmersos en constantes convocatorias de huelgas, hizo que muchos buques buscaran su combustible en otros puertos con mejores garantías de suministro, tal es el caso del de Madeira. Un negocio prácticamente seguro se quedó en agua de borrajas.

Tampoco fueron fáciles las primeras décadas del siglo XX. El acoso al que sometieron los submarinos de uno y otro bando al tráfico marítimo en el Atlántico durante la Primera Guerra Mundial, ahuyentó a los barcos que incluían a Canarias dentro de sus rutas. El enorme daño económico provocado por esta situación duraría hasta finales de los años 20.

Pero, no mucho tiempo después se inició otra faceta del progreso. El 2 de febrero de 1930, comenzó el definitivo declive del carbón en el puerto de Santa Cruz, fue el día en que arribó el buque petrolero THOPHON procedente de Cusaçao. Quedó atracado en el Muelle Sur para suministrar combustible líquido a algún barco que lo demandase. A finales de ese mismo año, siendo presidente de la Junta de Obras del Puerto D. Fernando Salazar y Bethencourt, se inauguró la Refinería de Petróleos, construida al sur de la ciudad, construyéndose depósitos y tuberías en las instalaciones portuarias para la conducción y suministro de combustible líquido a los buques de nueva planta. Fue así como la ciudad y su puerto presenciaron la paulatina desaparición de las ennegrecidas gabarras carboneras y los remolcadores, a vapor, que las arrastraban para el suministro de los viejos y humeantes vapores. Una estampa hoy llena de nostalgia, muy buscada por los coleccionistas locales de fotografías antiguas.
.............................................................Cargando "fruteros"
De esta manera tan prosaica llegó la moderna tecnología el siglo XX al puerto de Santa Cruz de Tenerife.

Al final, los tiempos de paz trajeron la prosperidad, y a lo largo de los decenios posteriores, el puerto de Santa Cruz ha experimentado importantes mejoras. Se ha aumentado su tamaño en extensión y en número de muelles, y se ha completado con moderno equipamiento de estiba y desestiba, instalaciones imprescindibles para pasajeros y mercancías, y está en continua expansión lo que demuestra que sigue vivo, desarrollándose en paralelo con la ciudad a la que pertenece, y esperamos, en breve, puerto y ciudad dejen de darse la espalda para ir de la mano, como lo hizo durante varios siglos. Como vestigios aún vivos de la antigua simbiosis puerto-ciudad son los nombres de algunas calles, como la “calle del Saludo”, que debe su nombre a que, en una explanada, se encontraban las dos piezas de artillería usadas para contestar a las salvas de ordenanza con que los buques de guerra extranjeros saludaban la ciudad a su llegada. Tampoco debemos olvidar elementos del puerto convertidos hoy en verdaderos objetos de culto, como la inolvidable y cantada Farola del Mar, que afortunadamente todavía se mantiene en pie, tras atravesar una época oscura.

Merece la pena hacer, en este punto, una pequeña reseña histórica de este icono del puerto santacrucero. En la primavera de 1862 llegó procedente de París un faro construido por H. Lepaute. Fue instalado en una torre de apenas seis metros de altura. El 31 de diciembre de 1862, coincidiendo con la celebración del Fin de Año, se encendió por primera vez comenzando a enviar sus señales lumínicas hasta a nueve millas de distancia. En un principio utilizaba como combustible el aceite vegetal, luego pasó al petróleo para terminar utilizando la electricidad, manteniéndose en servicio durante más de noventa años. Finalmente, en 1954, siendo presidente de la Junta de Obras del Puerto de Santa Cruz D. Carlos J.R. Hamilton y Monteverde, la “vieja farola” fue desconectada, con gran tristeza por parte de los ciudadanos que ya la veían como un miembro más de la ciudad. Las obras de ampliación y desarrollo del muelle la habían dejado en un punto interior del puerto que lo hacía inútil.

El ingenio popular le había dedicado una copla que se, con el tiempo, se convertiría en la primera “isa” que aprendemos todos los tinerfeños de niños:

Esta noche no alumbra
la Farola del Mar,
esta noche no alumbra
Porque no tiene gas.

En aquellos días de 1954, un poeta local, Nijota, le compuso otra copla:

Ya en el muelle no alumbra
La Farola del Mar,
Como era chiquita
La mandaron quitar.

Chiquita en tamaño, pero tan grande en el corazón de los santacruceros y de la Isla toda. Tras ser restaurada hace varios años, actualmente sigue luciendo e iluminando a título testimonial las instalaciones portuarias, en uno de los puntos más antiguos del puerto, junto a la vieja marquesina, el lugar por el que antaño, se llegaba a tierra desde las lanchas que acercaban a los pasajeros y tripulaciones de los buques fondeados fuera del puerto.
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...............................................................Muelle Sur

Hoy, el Puerto de Santa Cruz de Tenerife no debe mirar al futuro olvidando su pasado. Para satisfacer su innegable necesidad de ampliación, previamente se deberían recuperar los pecios que forman parte de nuestra Historia y que tan celosamente ha guardado el puerto bajo su cieno para las generaciones venideras. Hay registrados cuarenta y nueve hundimientos, entre los que se encuentran barcos de Robert Blake y el famoso cúter FOX de Nelson, así como varios navíos del siglo XVII. Cubrir de hormigón esos restos es hundir en el olvido el origen de una ciudad que no sería lo que es hoy sin su puerto, y quienes deben tomar las decisiones al respecto, no tendrían esa responsabilidad si Fernández de Lugo no hubiese escogido las playas de Añazo para fondear aquellos primeros barcos. Cercenar la historia del Puerto de Santa Cruz de Tenerife en aras del progreso no es una solución civilizada en la Europa del siglo XXI, pero sí caciquil.

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(*) Reglamento y Aranceles Reales para el Comercio Libre de España a Indias. Octubre de 1778.
© Ramiro y Coral González

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