La superstición ha sido siempre una constante en los hombres de mar, pero si hay algo que les provoque un intenso escalofrío, es el hecho de encontrar un barco a la deriva en alta mar donde no se divise ninguna señal que pueda darles una pista de lo ocurrido.
Cuando en el verano de 1881 la pequeña goleta ELLEN AUSTIN zarpó rumbo a Boston con su tripulación al completo, no se imaginaba que iban a vivir un espectral suceso que jamás hubiesen querido soñar ni en la peor de sus pesadillas.
Navegaba el velero al oeste de las Islas Azores sin ninguna novedad cuando en la tarde del 20 de agosto fue avistada en la distancia una embarcación con evidentes señales de encontrarse a la deriva. Conforme se fueron acercando, descubrieron que se trataba de una goleta similar a la suya, y aunque en la cubierta de la ELLEN AUSTIN todos los ojos estaban puestos en la errática goleta, nadie era capaz de apreciar su nombre ni en el costado ni en la popa.
Así las cosas, y en cumplimiento de su deber de auxilio, el capitán Baker dio orden de reducir la velocidad y enviar señales. No hubo respuesta de ningún tipo. Sorprendido, el capitán lanzó algunos disparos al aire para hacer notar la presencia de su barco. Solo la mar rompía el tenso silencio que envolvía la escena.
Ante tan insólita situación decidió, junto a cuatro hombres de su tripulación, echar al agua su esquife con intención de llegar hasta la goleta. Una vez a bordo, su primera sensación fue la de desasosiego. El lugar donde parecía haber estado clavada la placa con el nombre del barco presentaba síntomas de haber sido arrancada. La cubierta se mostraba absolutamente desierta como prólogo a lo que se iba a encontrar en el resto de la nave. ¿Nadie? Nadie. Una meticulosa exploración ocular desde la antena hasta la sentina les hizo concluir que no sufría ningún tipo de avería o vía de agua. Todo se encontraba en perfecto orden: las velas recogidas, los salvavidas en su sitio, los botes también. La bodega estaba repleta de la mercancía que portaba, una gran carga de maderas de la más exquisita calidad, lo que les permitió elucubrar con la posibilidad de que procediera de Centroamérica.
Ni un cuerpo. Ni un alma. Pareciera que el tiempo hubiese querido detenerse en aquel bajel errante y anónimo en medio del océano. La sensación les erizaba la piel.
¿Qué había pasado con la tripulación? Varias fueron las opciones que le vinieron a la cabeza al capitán, un posible motín, un ataque de piratas, … pero la ausencia de señales de violencia no sustentaba la hipótesis.
Una segunda visita a la bodega inclinó la balanza del destino. La carga era valiosa, sobre ello no cabía duda, así que el capitán Baker decidió llevarse consigo este misterioso barco con la esperanza de cobrar una generosa recompensa. Puesto manos a la obra, organizó una tripulación para que gobernara la goleta y regresó a su barco.
Una vez reiniciada la navegación, las primeras horas transcurrieron sin mayor novedad; ambos veleros navegaban muy cerca el uno del otro, casi borda con borda. Pero en la tarde del segundo día estalló una violenta tormenta que duró toda la noche. La copiosa lluvia y la cerrazón de la noche hicieron que, poco a poco, las goletas se alejaran, perdiéndose de vista la una de la otra. Después de una noche tan tormentosa amaneció un día espléndido en el que el sol comenzaba a lucir con gran intensidad, ni una nube en lontananza, la claridad era tanta que la tripulación de la ELLEN AUSTIN no tuvo ninguna duda, su compañera de viaje había desaparecido con sus amigos a bordo.
El capitán comenzó a preocuparse seriamente, con su catalejo escrutó hasta la extenuación los 360 grados del horizonte, no pudiendo descubrir ni el velero ni siquiera restos de su posible naufragio, pero al tercer día, cuando la desesperación ya cedía el paso a la resignación, la excitada voz del vigía de guardia les devolvió la esperanza. El pequeño navío apareció bamboleándose mansamente a no mucha distancia de la ELLEN AUSTIN que, de inmediato, corrigió su rumbo para ir a su encuentro. Conforme se iban acercando se percataron que en cubierta no se movía nada. Esquife al agua. Cuando pudieron abordar al escurridizo barco descubrieron horrorizados, después de no dejar ni un rincón sin escudriñar, que sus compañeros se habían evaporado, pero en esta ocasión, al capitán Baker se le pusieron los pelos de punta al tiempo que un escalofrío recorría su espalda: observó que el libro de bitácora había desaparecido, los víveres estaban intactos y las lámparas habían agotado su combustible, es decir, alguien las había encendido, pero no había quedado nadie para apagarlas.
Sin darle oportunidad al miedo desatado, el capitán ordenó organizar una nueva tripulación. Sus hombres se resistieron, no veían nada claro que la aventura pudiera tener buen fin, pero la enérgica autoridad de su comandante no dejaba lugar a la discusión. Un pequeño grupo de acongojados marineros, sin apenas disimular constantes escalofríos, se aventuraron en la nueva empresa. Esta vez ambas goletas no se separarían bajo ningún concepto, el bote salvavidas estaría presto en sus garruchas para ser arriado ante cualquier contingencia y, desde luego, en cuanto apreciaran cualquier cosa que les pareciera alarmante desembarcarían de inmediato. Estas fueron las consignas.
Los siguientes dos días pasaron sin pena ni gloria. Pero, de nuevo, la meteorología se convertiría en protagonista, esta vez, sería un espeso banco de niebla el que cubriría aquel mar convirtiéndolo en un tenebroso e inhóspito rincón del mundo. Los presagios no son optimistas. Poco a poco las tripulaciones se van inquietando, impotentes observan como la otra goleta se va alejando de la suya diluyéndose en la neblina. Sin dudarlo, la ELLEN AUSTIN viró en redondo para ir al encuentro de su compañera. Ni rastro. Por la escasa velocidad y dirección del viento el anónimo velero no debía estar muy lejos, sus luces debían hacerse visibles, pero todo fue inútil: la goleta, otra vez, había desaparecido. De nada sirvieron los disparos al aire, ni la sirena aullando desesperada, no hubo ninguna respuesta por parte de la otra goleta. El capitán Baker, tras cuatro días sin dar tregua al desaliento tuvo que reconocer que era misión imposible, la goleta se había volatilizado nuevamente.
Cuantos en tierra escucharon el relato de los marineros supervivientes no podían dar crédito a tan extraordinarios sucesos. Otro tanto le sucedería al capitán Baker, ante la inexistencia de una explicación científica de hechos tan extraños.
¿Quieres tú saber, estimado lector, donde tuvieron lugar estos acontecimientos? Cerca del paralelo 30, entre las Bermudas y las Bahamas.
©Ramiro y Coral González
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