sábado, 5 de marzo de 2005

R.M.S. TITANIC (II)

   

Ya en alta mar, el crucero transcurría sin mayor novedad para los viajeros: Sin embargo en una de las carboneras se declaró un incendio que no pudo ser extinguido hasta la mañana del sábado 13 de abril, al tiempo que llegaba el primer aviso sobre la presencia de icebergs, ya que había comenzado a navegar por una zona no exenta de peligros. De hecho, en los últimos 27 años habían naufragado 19 barcos en aquellas aguas. El Sr. Ismay, supuestamente ignorante de aquella circunstancia, le solicité personalmente al capitán ese mismo día que aumentase la velocidad. Justificaba tal petición la enorme publicidad que para el TTTANIC y la White Star Line supondría el llegar antes de lo previsto a Nueva York. Nunca se sabrá con certeza si el capitán Smith aceptó tan desconcertante injerencia en el gobierno de su nave.

Entre tanto, la sala de radio del TITANIC se encontraba en plena efervescencia debido a la gran cantidad de mensajes de felicitación que se estaba recibiendo, con lo que los radio operadores tenían mucho trabajo contestándolos, al tiempo que enviaban los telegramas remitidos por los pasajeros de primera clase, telegramas que llegaban a la sala a través de un tubo de goma. A título de curiosidad, la cabina de radio también era conocida como la “Marconi wireless room” (sala sin cables Marconi). En medio de esta frenética actividad, los radiotelegrafistas sufrieron un grave revés cuando observaron consternados que la radio comenzaba a dar fallos hasta que terminó averiándose. Los dos telegrafistas trabajarán afanosamente durante toda la noche para reparar el aparato, dejándolo nuevamente operativo a las cinco de la mañana del domingo 14. Este contratiempo, que mantuvo incomunicado al TITANIC durante algunas horas, provocó el retraso del envío y recepción de telegramas, lo que podría explicar algún acontecimiento ocurrido algunas horas después. Uno de los últimos mensajes recibidos antes de la rotura de la máquina, fue el enviado por el buque RAPPAHANNOCK a las 22:30 de aquel 13 de abril en el que advertía de la presencia de unos icebergs que le habían provocado algunos daños.

Aquella no fue la única advertencia, existe constancia de que a lo largo del día se recibieron hasta siete mensajes, de otros tantos barcos, que transitaban la zona y que habían avistado grandes icebergs así como áreas de banquisa. A la vista de la situación, el capitán ordenó variar levemente el rumbo hacia el suroeste a las 17:50 horas y, en uno de los relevos de los vigías de guardia en la cofa, se les advirtió que estuviesen atentos al hielo. Estas fueron las únicas medidas especiales tomadas al respecto.

Tal vez la tripulación de guardia en el puente se hubiese preocupado más si les hubieran llegado la totalidad de los mensajes de aviso, pero los radio operadores no pertenecían a la cadena de mando del TITANTC, puesto que eran empleados de la British Marconi Company, por lo que quizá pudieron haber considerado que habían enviado suficientes avisos al puente. En todo caso, la realidad es que estaban muy atareados pues se les habían acumulado más de doscientos telegramas que a duras penas consiguen enviar a lo largo de la tarde. Es muy posible que ante tanto trabajo dejaran de escuchar otros avisos sobre la presencia de hielo en grandes cantidades; no obstante, en el puente no debían estar muy extrañados ante tantos mensajes, puesto que la presencia de hielo en esa época del año y en esa zona era absolutamente normal, aunque quizá ignoraban que aquel invierno había sido anómalamente cálido, lo que sin duda había facilitado el desprendimiento de hielo antes de la época habitual.

A las 23:40 horas el TITANIC navegaba a gran velocidad. Los vigías Frederick Fleet y Reginald Lee acertaron a ver una gran sombra que se les echaba encima rápidamente. Era una noche sin luna y la mar estaba extrañamente en calma, por lo tanto no se podían formar olas entorno a la base del iceberg. Cualquiera de estos dos elementos, tanto la luna como las olas, podría haber ayudado a verlo con antelación, y hubiese sido muy acertado contar con los prismáticos, pero ya sabemos que, sorprendentemente, habían quedado olvidados en tierra. Fue tarde cuando adivinaron que se trataba de una gran mole de hielo más alta que el castillo de proa que se encontraba a escasos 450 metros de su tajamar.

La campana de la cofa dio el aviso: la alarma fue inmediata; desde el puente se dio la orden a la sala de máquinas para parar e invertir el giro de las hélices, lo que se conoce como “contramarcha”, al tiempo que se ordenaba al timón caer todo a una banda. Todo fue inútil debido a la propia inercia del barco. El témpano, que sobresalía unos dieciocho metros del agua, llevaba bajo la superficie un gran espolón que hirió de muerte al gigante solo treinta y siete segundos después del avistamiento.

La colisión resultó casi imperceptible para la mayoría de los pasajeros, sin embargo, aquella pequeña vibración supuso la rotura del casco bajo la línea de flotación y una gran vía de agua fue llenando uno a uno, hasta cinco, los compartimentos estancos; inútil fue el accionamiento automático desde el puente del mecanismo para cerrar las compuertas de las distintas secciones que debían quedar herméticas, pues el agua las iba inundando desde arriba. A las 00:25 horas, el capitán Smith se vio obligado a admitir la extrema gravedad de la situación, por lo que dispuso la evacuación en los botes salvavidas de las mujeres y los niños, al tiempo que se cursó orden a los radio telegrafistas para que de inmediato comenzasen a transmitir mensajes de auxilio, y lo estuvieron haciendo hasta que falló la electricidad. El TITANIC fue uno de los primeros barcos en utilizar el novedoso “SOS”, el primero fue el MINNEHAHA. La última posición que dan es 4l046 N y 50°14’W, equivocándose en trece millas.

Las señales de socorro fueron recibidas con estupefacción por parte de los barcos que se encontraban por los alrededores.

Entre tanto, el desconcierto comenzaba a adueñarse de la situación. Los botes se arriaron con pocos pasajeros en su interior, botes con capacidad para sesenta personas llegaron al agua con solo veintiocho, la mayoría pasajeros de primera clase. Los de tercera se hallaban aislados en el interior del barco a causa de las rejas obligadas por las leyes de inmigración americanas, que les impedían relacionarse con el resto del pasaje; la tripulación, presa del nerviosismo, se olvidó de ellos y pocos pudieron escapar y sobrevivir. Cuando aún se estaban desembarcando las mujeres y los niños, J. Bruce Ismay, aterrado al ver como su obra cumbre se destrozaba, se arrojó literalmente en el interior de uno de los botes demostrando que se trataba de un ser humano con todas sus debilidades, sin embargo, este hecho le llevó a ser tildado de cobarde y a partir de ese momento fue conocido como J. “Bruto” Ismay. Condenado al ostracismo, murió en la miseria y el olvido en Irlanda.

En medio del pánico, la proa se va sumergiendo a alarmante velocidad provocando una notable inclinación del buque. Poco antes de las 2:20 horas de la madrugada las luces que hasta ese momento habían permanecido encendidas, gracias a que las calderas dos y tres siguen funcionando hasta que se inundan, se apagan tras parpadear algunas veces, dejando el barco completamente a oscuras, aterrorizando a cuantos todavía permanecen en cubierta. Acto seguido, la popa comienza a elevarse sobre el agua hasta que el casco se parte en dos, precipitando la catástrofe. El estruendo es ensordecedor, a la rotura de los mamparos se une la precipitación de todos los enseres del interior que resbalan hacia abajo. Se estaba consumando el hundimiento del TITANIC, ante los estupefactos ojos de los 712 supervivientes, que contemplaron como el barco más grande del mundo había aguantado a flote apenas dos horas y cuarenta minutos desde la colisión, llevándose la vida de centenares de personas. Y para completar tan surrealista escenario, hasta el último momento la mejor y más valiente orquesta del Atlántico Norte, bajo la batuta de Wallaee Hartley, interpretó sobre la cubierta alegres ritmos de ragtime para entretener al pasaje que poco a poco se había ido alterando. Finalmente, tras hundirse la pesada sección de popa, en el agua quedaron muchos náufragos que debido a las bajísimas temperaturas solo pudieron sobrevivir unos quince minutos. Del capitán no se supo nada más, corrieron varios rumores pero es de suponer que haría gala de flema británica y se hundiría con su barco.

La ruta del TITANIC era muy concurrida, sin embargo, en aquellos momentos el barco más cercano, el CARPATHIA, estaba a 58 millas hacia el SE. No obstante, hasta poco antes del hundimiento, no muy lejos de allí, a unas 20 millas, se hallaba otro barco, el CALIFORNIAN.

Cuarenta minutos antes de la colisión se había producido un desagradable incidente entre el operador del TITANIC y el del CALIFORNIAN. Este último se encontraba de cháchara con un colega de otro buque perturbando el trabajo de Jack Phillips, el radio telegrafista del TITANIC, muy ocupado sacando el trabajo atrasado, —al llegar la noche habían enviado más de 200 telegramas—. Phillips, indignado, mandó callar al CALIFORNIAN, cuyo operador, enfadado, al haber terminado su jornada laboral, apagó la radio y se fue a dormir. A nadie se le ocurrió despertarlo para averiguar si el barco que veían en lontananza estaba en dificultades, pues la tripulación del CALIFORNIAN había observado las salvas lanzadas por el TITANIC, una cada cinco minutos. Finalmente, al pensar que eran los fuegos artificiales de la fiesta de unos eruceristas ricos decidieron proseguir su viaj e.

La tripulación del TITANIC vio con desconsuelo como aquel barco que estaba tan cerca se empezaba a alejar dejándolos solos y a su suerte en medio de la inmensidad de la noche. El capitán del CALIFORNIAN, Stanley Lord, se pasaría el resto de su vida justificando su actitud y declarando una y otra vez que el barco visto por ellos no era el TITANIC, pero la coincidencia en espacio y tiempo le contradice.

Sin embargo, a 58 millas de distancia, el CARPATHIA de la Cunard, la competencia, sí se hace eco de los desesperados llamamientos de socorro del TITANIC y su capitán, Arthur Rostron, que apenas puede dar crédito a la petición de auxilio, al comprender las escasas posibilidades de supervivencia en un agua con tan baja temperatura, no lo duda y ordena de inmediato poner su nave a toda máquina desplegando al máximo toda la potencia de su planta motriz— su velocidad normal era de 14’5 nudos, pero esa noche, con peligro de dañar los motores, lo ponen a 17’5 nudos—. Tarda cuatro horas en llegar, encontrándose con una dantesca estampa. Allí rescata a los algo más de setecientos náufragos para trasladarlos a Nueva York.

Mientras tanto, el CALIFORNIAN, percatado ya del desastre, se dirigió hacia la posición del CARPATHIA, donde llegó al mismo tiempo que otros barcos que acudieron a la llamada de auxilio, entre los que se encontraba el MOUNT TEMPLE.

La White Star Line fletó varios barcos, entre los que estaba el MACKAY-BENNETT, que llegaron dos días después al lugar del siniestro. Lograron recuperar 328 cadáveres. Se estima que el número total de víctimas asciende a 1.513 de los cuales 686 eran miembros de la tripulación de los 892 que salieron de Southampton.

El armador aprendió la lección. El 10 de octubre de 1912 el OLYMPIC entró en astilleros donde durante cinco meses sufrió serias remodelaciones. Se elevó la altura de cinco mamparos, se le construyó un doble casco interior en la zona de las salas de máquinas y de calderas y, lo que es más importante, se llenó la cubierta de botes salvavidas, después de comprobar que era más importante la vida de los pasajeros que la contemplación del paisaje marino. El hecho de que el BRITANIC estuviese en su fase inicial de construcción ayudó a que su proyecto fuese cambiado drásticamente hasta el punto que aumentó sus dimensiones y se le añadieron nuevas superestructuras. El costo de tantas modificaciones incrementó los presupuestos notoriamente. La White Star, temerosa de no poder amortizar los nuevos e inesperados gastos, en su publicidad se cuidó mucho de no mencionar la palabra insumergimibilidad, pero si hizo hincapié en la gran seguridad de la que ahora sí hacían gala sus barcos.

La magnitud del desastre hizo al TITANIC convirtiese en un mito e inspiró la esperanza de ser encontrado algún día. El sueño lo haría realidad el Dr. Robert D. Ballard, del Instituto Oceanográfico de Woods Hole en Massachusetts, quien después de grandes esfuerzos e interesantes investigaciones en el campo de la ingeníería naval, el día 1 de septiembre de 1985 lograra encontrar la tumba del trasatlántico perdido en la zona de los Grand Banks de Terranova. Antes, otros lo habían intentado llevándose por los últimos datos de posición retransmitidos por el TITANTC, 41°46’N y 50°14’W. Sin embargo, Ballard junto con su equipo estudió el libro de bitácora del CAUFORNIAN, y recalculó la velocidad y dirección de la corriente esa noche. Gracias a eso se percató de que las coordenadas que siempre se había pensado eran las correctas estaban equivocadas. Derivando algunas millas hacia el norte, los sofisticados aparatos de su equipo de rastreo dieron en la diana a 12.500 pies (3.810 metros) de profundidad: la sección de proa fue localizada exactamente en la posición 41°43’57”N y 49°56’49”W, a 13 millas al ESE de la última posición dada por el TITANIC. La sección de popa pudo ser localizada en la posición 41°43’35”N, 49°56’54”W. Y las calderas se encontraron en la posición 41°43’32”N y 49°56’49”W.

En agosto de 1986 el Dr. Ballard volvería nuevamente al TITANIC, haciendo descender al sumergible ALV1N con el que pudo explorar y fotografiar en detalle tanto las secciones del casco como el campo de restos diseminados sobre el fondo.

Ahora tenemos una idea bastante aproximada de lo que pudo ocurrir cuando el barco desapareció de la vista de los testigos. La estructura se partió entre la tercera y cuarta chimenea, justamente la sección más débil del armazón, coincidiendo con la zona entre dos motores en la parte inferior y la gran escalera de primera clase en la superior. La primera mitad sumergida del TITANIC, la sección de proa, se desprende del resto y se adentra en las profundidades del océano planeando, alejándose unos seiscientos metros. Probablemente, al llegar al fondo experimentó un desplazamiento que dejó un gran surco en el lecho submarino. La otra mitad, la de popa, cayó verticalmente con todo su peso, de ahí que la mayoría de las cubiertas se aplastaran unas contra otras debido al gran impacto al llegar a la cima de los Newfoundlands, al pie de los Grand Banks.

Las imágenes que han llegado hasta nosotros del pecio del TITANIC son sobrecogedoras, noventa años después del naufragio aún podemos ver cómo quedó el barco una vez llegó a su último destino. La tranquilidad de aquellas aguas submarinas, y la enorme presión a esa profundidad, hace que los cambios sean lentos en el tiempo. Aún así, el nivel de deterioro ya ha hecho que los expertos le pongan fecha a la absoluta desaparición de los restos, víctimas de la adefagia de los parásitos devoradores de metales. Tampoco se ha salvado del expolio, producto tanto de la curiosidad como de la codicia. Muchos objetos han salido a la luz para ser expuestos en muestras itinerantes por las ciudades más importantes del mundo, con el comprensible escándalo de los allegados de las víctimas del TITANIC, que claman por el respeto debido al cementerio emplazado accidentalmente en el fondo del Atlántico Norte.

La historia protagonizada por el Royal Mali Ship TITANIC convertida en leyenda, quizá por representar el final de toda una era, ha inspirado a más de un guionista de cine. James Cameron dirigió la laureada película que fue vista por millones de espectadores, desplazando a otras que pasaron con más pena que gloria a los anales cinematográficos. Pero hay una muy especial. Fue descubierta pocos meses después de que Leonardo di Caprio y Kate Winslet pasearan el romance de sus personajes por las pantallas de todo el mundo; apareció en febrero de 1998 y, después de ser restaurada, fue visionada en el Reino Unido por un reducido número de espectadores. Se trataba nada más y nada menos que de la primera película rodada sobre el naufragio del TITANIC. Data de 191.2, realizada pocas fechas después del desastre; es de nacionalidad alemana y su título original es “Der Untergang der Titanic” (El hundimiento del Titanic). Se trata de una película muda, obviamente en blanco y negro, con una duración de unos cuarenta minutos. Es una producción de la Continental Kunstfilm GmbH dirigida por Mime Misu y protagonizada por Waldemar Hecker, Otto Rippert y Ernst Rückert.

TITANIC, proyecto, realidad, gloria, soberbia, error, desastre, muerte, historia, leyenda. Todos son piezas del rompecabezas que conforman el acontecimiento luctuoso más famoso que jamás contemplara la historia moderna del Atlántico Norte. Acaso el futuro nos traig4 un paisaje configurado por experiencia, enseñanza, investigación, nuevas tecnologías, seguridad y, sobre todo, respeto, mucho respeto por la Historia y ante la Ciencia.

© Coral y Ramiro González.

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