El trasatlántico TITÁN, de 25.000 toneladas, iniciaba su viaje inaugural... Propulsado por tres hélices, el majestuoso buque de 275 m. de eslora surca orgulloso las frías aguas del Atlántico Norte. De pronto, un enorme iceberg se cruza en su camino. Los 3.000 pasajeros del TITÁN descubren aquella helada noche de abril que los 24 botes salvavidas no son suficientes para todos, consumándose así la terrible tragedia.
Este es el argumento de «Futility», novela escrita en el año 1898 por Morgan Robertson, escritor que no pasó a la historia literaria, pero cuya capacidad profética queda fuera de toda discusión.
Los propietarios de la White Star Line, preocupados por la competencia que les oponía la Cunard, con unos nuevos barcos grandes y veloces, decidieron construir tres colosales naves a las que bautizaron con nombres acordes a sus dimensiones, OLYMPIC, TITANIC y GIGANTIC, aunque este último terminaría llamándose BRITANIC, en honor a otro que, con el mismo nombre, había pertenecido con anterioridad a la Compañía. Y todos terminados en «IC» como la mayoría de los barcos pertenecientes a su flota. Pronto se habían olvidado de la mala suerte que en los últimos años habían sufrido varios de sus buques como fue el caso del ATLANTIC, hundido en Halifax, Nueva Escocia, el NARONIC, hundido en el Atlántico Norte y el GERMANIC, volcado en el puerto de Nueva York, por poner solo tres ejemplos.
El OLYMPIC, primero de la serie (clase “Olympic”), fue inaugurado con gran expectación; como capitán había sido designado Eduard J. Smith, un comandante veterano en la White Star, con una hoja de servicios intachable, y no la manchó pese al incidente sufrido con su flamante barco: en uno de sus primeros viajes, el OLYMPIC embistió al HAWKE, crucero de la Royal Navy. Los importantes daños sufridos lo enviaron a los astilleros donde los operarios y material destinado al TITANIC, que en ese momento se encontraba en construcción, fueron desviados al OLYMPIC, retrasando notablemente el plazo de entrega del primero. Pero no fue este el único aplazamiento a que se vio sometido el TITANIC. Cuando ya faltaba muy poco para acabarlo, el OLYMPIC vuelve a sufrir un percance y regresa a los astilleros, esta vez con la pala de una hélice rota.
Por fin llegó el anhelado día. El TITANIC fue considerado como el navío más grande del mundo, su hermano OLYMPIC medía algo menos. Poco a poco fue subiendo el pasaje a bordo. En primera clase viajaba la crema de la alta sociedad, tanto inglesa como americana, los hombres más ricos del momento no quisieron perderse el viaje inaugural de tal portento de la ingeniería naval.
Sin embargo, hubo viajeros que inexplicablemente sintieron la necesidad de alejarse del TITANIC. Es el caso de Alfred W. Vanderbitt y su esposa, quienes decidieron no realizar el viaje, aunque su equipaje y su sirviente ya estaban embarcados. Curiosamente, J.P. Morgan, el mayor accionista de la empresa propietaria del TITANIC enfermó repentinamente días antes de la partida al igual que Lord Pirrie, presidente de Harland & Wolff, astilleros constructores del TITANIC, quien también enfermó por aquellas fechas, siendo sustituido por su sobrino Thomas Andrews, responsable de la construcción del barco, quien tuvo la desgracia de ser testigo y víctima de los errores de diseño. También de manera incomprensible, Colin MacDonald sorprendió a todos rechazando el puesto de segundo ingeniero a bordo debido a una corazonada. Otro de los extraños casos fue el del Señor Middleton quien anuló su pasaje asustado porque había soñado dos noches seguidas con el hundimiento del barco. Según él, en su sueño veía como un enorme dedo helado volcaba el barco. Sorprendentemente una superviviente del naufragio declaró que la sensación provocada por el choque del TITANIC con el iceberg era parecida a alguien arrastrando un dedo por el costado del barco.
Especial mención merece el extraordinario caso de W.T Stead, quien en 1880 publicó un cuento donde narraba el hundimiento de un gran buque de pasajeros en medio del Atlántico y donde moría la mayoría porque no había botes suficientes. En 1892 publicó otro relato titulado Del Viejo al Nuevo Mundo, donde habla de un barco cuyo capitán se apellida Smith y choca contra un iceberg. Interesado por la construcción del TITANIC, tuvo la oportunidad de visitar los astilleros, y además adquirió un pasaje para el viaje inaugural. Fue una de las víctimas.
La salida al mar del TITANIC a las órdenes del capitán Smith en el puerto de Southampton fue todo un acontecimiento social que no se quisieron perder centenares de curiosos. Tras dos años de trabajos y dos obreros muertos de los quince mil que habían participado en su construcción, a las doce horas del 10 de abril de 1912, tras hacer sonar sus sirenas, zarpó majestuoso ante la atenta mirada de los espectadores y de los viajeros que jubilosos en las cubiertas de paseo agitaban sus pañuelos en señal de despedida, ignorantes de que iniciaban un viaje sin retorno.
Ya en mar abierto, aun cuando el crucero transcurría sin mayor novedad para los pasajeros, una serie de desafortunadas señales comienzan a tomar forma: en una de las carboneras se declaró un incendio que no fue extinguido hasta la mañana del sábado 13 de abril. Al mismo tiempo llegaba el primer aviso sobre la presencia de icebergs, y es que el “coloso” comenzaba a navegar por una zona en la que en los últimos veintisiete años habían naufragado diecinueve barcos. Uno de ellos fue precisamente el NARONIC, de la misma Compañía, cuyos botes salvavidas fueron encontrados a unas noventa millas del lugar en el que se hundiría algo más tarde el TITANIC.
Ese sábado proporciona un nuevo disgusto. La radio se avería. Los dos telegrafistas han de esforzarse al máximo para corregir el contratiempo. Trabajan sin tregua y consiguen que vuelva a funcionar a las cinco de la mañana del domingo. Este inconveniente ha provocado que se acumule una ingente cantidad de telegramas, envío y recepción, lo que les obliga a aplicarse en su trabajo; quizá no llegaron a escuchar algún mensaje más sobre la presencia de hielo peligroso en la zona. Aún así, reciben hasta siete avisos, solo algunos de los cuales son cursados al puente de mando. Tal vez, si hubiesen llegado todos, la tripulación hubiese sido más consciente de los peligros que aguardaban no muy lejos de allí, permaneciendo más alerta.
Y llegó el fatídico momento. Súbitamente, en medio de la noche, los vigías apostados en la cofa del palo de proa vislumbraron una siniestra sombra que se les echaba encima rápidamente. Acaso pudieran haberla visto antes pero, por enigmáticas razones, los prismáticos no habían subido a bordo y la guardia tenía que ser hecha a ojo. El encuentro con un descomunal iceberg fue inevitable y la voz de alarma no llegó a tiempo para que la tripulación pudiera prevenir la colisión, pese a que de inmediato desde el puente fue ordenada contramarcha al tiempo que se hacía caer el timón todo a una banda. El golpe fue casi imperceptible en las zonas superiores del TITANIC, pero en algunas partes de la obra viva, en la sala de máquinas, se sintió extraordinariamente.
Los pasajeros, estupefactos, no daban crédito a la orden del capitán Smith de abandonar el barco, pero cuando la proa comenzó a sumergirse ya era indiscutible que el trasatlántico se iría a pique irremediablemente. Los botes salvavidas no solo eran insuficientes — se eliminaron varios porque afeaban la cubierta de paseo de primera clase— sino que comenzaron a ser arriados con muy pocos pasajeros a bordo.
Mientras se desarrollaban las tareas de evacuación, otro suceso vendría a sumarse al cúmulo de siniestras coincidencias: no muy lejos de allí se encontraba el CALIFORNIAN. Su tripulación observó el modo extraño en que evolucionaba un barco que se encontraba a unas 20 millas de distancia. El radio operador se había ido a dormir después de desconectar el aparato y tras haber mantenido una pequeña discusión con el operador del TITANIC. Además, al capitán del CALIFORNIAN no se le ocurrió ordenar que le despertaran para intentar comunicarse y averiguar si el otro barco estaba en dificultades. Algo más tarde, contemplaron lo que interpretaron como fuegos artificiales saliendo del TITANIC y, confundiéndolos con una fiesta de multimillonarios, siguieron su rumbo sin más preocupación. ¿Y si el CALIFORNIAN hubiese echado una mano? ¿Por qué se marchó? ¿Era tanta la mala suerte del TITANIC? No obstante, en la actualidad se sabe que ninguno de los dos vio al otro, estaba a mucha mayor distancia de la que se pensaba entonces; lo que vieron ambos fue un fenómeno astronómico, en esa noche el planeta Marte se veía con gran nitidez por una confluencia de las órbitas de la Tierra y del Planeta Rojo. Nadie podía imaginar que aquella luz de notable intensidad era en realidad una «estrella».
Pero no fue el único barco que estaba por allí, hoy también sabemos de la presencia de un pesquero noruego que cazaba focas ilegalmente, al ver las bengalas del TITANIC pensaron que se trataba de la presencia de las autoridades y el temor a la gran multa que les podría ser impuesta, huyeron dejando a su suerte a los pasajeros del trasatlántico, ellos sí estaban más cerca.
Entre tanto, la catástrofe adquiría dimensiones apocalípticas. El enorme barco, sumergida enteramente la proa y elevada la popa al cielo, se partía por la mitad y se hundía sin remisión llevándose a los abismos cientos de almas.
Otro detalle cuando menos asombroso: Una camarera superviviente del TITANIC, Violet Jessop, había estado a bordo del OLYMPIC cuando sufrió el incidente con el HAWKE. También se salvó del naufragio del BRITANIC cuando saltó por la borda de uno de los dos botes salvavidas que se habían arriado sin permiso y que fueron destrozados por una de las hélices del buque, sus 29 ocupantes fueron las únicas víctimas de esta catástrofe provocada por una mina de la Primera Guerra Mundial. Muchos pensarán que esta humilde argentina de origen inglés era una mujer afortunada, pero no está de más preguntarse ¿era gafe?
También resulta desconcertante la presencia de una misteriosa pasajera: Una momia egipcia. Lord Canterville trasladaba una momia a los Estados Unidos y la consideraba muy valiosa, por ello, en su afán por preservarla de posibles daños, no fue depositada en las bodegas sino en su propio camarote, justo detrás del puente de mando. Se trataba de una sacerdotisa de la época de Amenofis IV, lo suficientemente respetada como para haber sido momificada. Parece ser que iba acompañada de un amuleto con la figura de Osiris y la inquietante inscripción “Despierta de tu postración y la mirada de tus ojos triunfará sobre todo cuanto se haga contra ti”. ¿Una maldición faraónica?
Debido al choque con el iceberg, siempre se sostuvo que fue una gran brecha de entre setenta y noventa metros a lo largo del casco bajo la línea de flotación lo que provocó el hundimiento, detalle de interés para el Dr. Robert D. Ballard en la primera inmersión al pecio, efectuada en la campaña del verano de 1985, pero las recientes investigaciones han arrojado como resultado la existencia de seis orificios de menos de medio metro de diámetro. Esto ha encendido un rumor que va a ser del gusto de los simpatizantes de la teoría de la conspiración: un estibador declaró que en el TITANIC fue cargada gran cantidad de lingotes de oro y plata. Este es un dato difícil de comprobar pues el Banco de Inglaterra clasificó esta documentación por un siglo, es decir, hasta el año 2010 no se tendrá acceso a tal información. El rumor del traslado de tal riqueza podría haber despertado las suspicacias de los alemanes quienes pudieron haber sospechado que Inglaterra estaba comprando armas a Estados Unidos preparando así la inminente guerra en Europa. Algunos de los supervivientes, operarios de las calderas, dijeron “que se oyó un ruido como la explosión de un arma de fuego de gran tamaño”; otro lo comparó con el “rugido del trueno”, por lo que, siempre desde esta hipotética perspectiva, algún submarino del Kaiser podría haber sido el responsable de los seis boquetes tan “redonditos” que provocaron el hundimiento del gran “Insumergible”.
En 1997, James Cameron sorprendió al mundo con una preciosa película, premiada con numerosos Oscar y vista por millones de espectadores. Pues reparen ustedes en lo que fue publicado en el periódico «La Prensa» de Santa Cruz de Tenerife, el jueves 25 de abril de 1912:
« […] Varios periódicos ingleses afirman que el famoso «Diamante Azul» iba a bordo del TITANIC.
Con este dato ya tienen las personas supersticiosas explicado el motivo del naufragio.
El «Diamante Azul» tenía merecida fama de acarrear la mala sombra a sus poseedores.
Era piedra magnífica, de fantásticas luces y soberbiamente tallado. Valía millón y medio de francos.
Perteneció primero a un sultán de Turquía, que fue destronado; luego a un español, que se ahogó; después a la infortunada reina de Francia María Antonieta, de cuyas desventuras no hay que hacer mención.
En 1872, durante la Revolución Francesa, fue robado, al mismo tiempo que otras muchas alhajas de la Corona.
Se vendió entonces en Inglaterra, y allí le partieron en dos trozos.
Vino a parar más tarde la temible piedra a la princesa de Lamballe, y pasó enseguida a un joyero de Amsterdam, que, al poco tiempo, se pegó un tiro por graves disgustos domésticos.
El último propietario del «Diamante Azul» ha sido Mr. Mac-Lean, de Washington, que lo adquirió en el mes de enero último.»
Después de noventa y dos años poco importa ya qué fue lo que llevó a las profundidades a este verdadero coloso del mar. Lo fundamental es que la soberbia y codicia de unos cuantos han causado la estupefacción de varias generaciones de amantes de la navegación; el aprender de esta experiencia es la dolorosa lección que para siempre nos lega el TITANIC. Pero lo que más horror nos causa es la falta de consideración y respeto hacia el cementerio que ahora se encuentra a cuatro mil metros de profundidad. No se trata solo de las inmersiones de investigación que se repiten una detrás de otra y que, quizá algún día, consigan desentrañar los múltiples misterios que rodean a este accidente. Estúpidos desconsiderados se sienten felices al colocar sus barcos de recreo encima del pecio y arrojar con salvaje alegría todo tipo de basuras, que no sólo perjudican las investigaciones, sino que perturban el eterno reposo del recuerdo de las inocentes víctimas que hicieron su último viaje con destino al paraíso en la única travesía del esplendoroso TITANIC.
© Coral y Ramiro González.
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