miércoles, 6 de abril de 2005

MIEDO EN EL MARLBOROUGH

No hacía mucho que había comenzado el año 1913 cuando enfilaba el buque de pabellón británico JOHNSON hacia el sur de América. El capitán ultimaba los pormenores para doblar el siempre temible Cabo de Hornos en dirección al Atlántico. Cuando atravesaban las aguas de Tierra de Fuego, a la altura de Punta Arenas, acertaron a vislumbrar la silueta de una embarcación que flotaba a su suerte a escasa distancia. Al poco de gritar la orden de acercamiento se disipó la duda, era un velero claramente abandonado, su evidente descuido y velas desgarradas así lo indicaba.

Instantes después y tras arriar una lancha, el capitán acompañado por algunos miembros de la tripulación materializaron su intención de averiguar qué ocurría con aquella extraña aparición.



Al tiempo de abordarlo la visión fue tan espeluznante como inesperada. El casco, absolutamente carcomido, se hallaba completamente cubierto de moho entapujándolo con un película verdusca. Velas, cabos, y demás enseres a la vista estaban en un avanzado estado de putrefacción, al que no era ajeno el tablazón de la cubierta; a cada paso que daban los ya inquietos hombres, un siniestro crujido rompía el lúgubre silencio que envolvía al buque. Un extraño olor lo impregnaba todo, y en esta circunstancia observaron con asombro que todo estaba en orden, no faltaba nada. Los marineros cada vez tenían los ojos más abiertos, a ello contribuía el haber descubierto a los miembros de la tripulación, o lo que quedaba de ellos. Sus esqueletos ataviados con jirones de lo que había sido su ropa se hallaban en sus puestos. Uno, al pie del timón, acompañado de otros tres que estaban en el puente de mando, invitaban a adentrarse en las oquedades del barco, y así lo hicieron. Y las sospechas se consumaron. Diez esqueletos estaban bajo cubierta y el resto, seis, en la cámara de oficiales. De vuelta al puente de mando, observaron que el diario de abordo se hallaba en su sitio, pero la misma podredumbre que ya habían contemplado y olido lo cubría haciéndolo ininteligible; apenas lo tocaron, sus páginas se deshicieron dando muestras de una insospechada fragilidad. Los demás documentos que estaban a la vista se encontraban en las mismas condiciones.

La superstición comenzó a adueñarse de los visitantes, más al descubrir el nombre del barco: MARLBOROUGH, de Glasgow. No podía ser. De ninguna manera. Imposible. Todos conocían su triste historia. El MARLBOROUGH, de 1.200 toneladas capitaneado por el comandante James Hid había zarpado de Nueva Zelanda, concretamente del puerto de Lyttleton, con destino a Londres, cargado con carne de carnero congelada, balas de lana y algunos pasajeros, entre ellos una mujer. La última vez que había sido visto fue en los alrededores del Cabo de Hornos nada más y nada menos que en la primavera de 1890. Hacía veintitrés años que nadie sabía nada de este clipper que tantas veces había cruzado estas aguas en las circunstancias más duras.

Los marineros del JOHNSON no podían imaginar cómo en aquella parte del mundo, caracterizada por soportar las condiciones meteorológicas más extremas, el barco se hubiese mantenido entero y a flote. No tardó mucho tiempo en venirles a la memoria la leyenda del "Holandés Errante", aquel misterioso bajel tripulado por espectros ¿No estarían a bordo de un buque fantasma?

Los extraños sonidos parecían acentuarse a cada minuto que pasaba. La siniestras sonrisas en los rostros de la malograda dotación no parecía reverenciar la presencia de los recién llegados que vagaban por la cubierta, recelosos del inexplicable destino que había padecido el barco en el que se encontraban. Un repentino golpe de mar desató la impaciencia que todos hacía rato sentían, un solo deseo les embargaba: desaparecer de allí. Una nueva ola los persuadió a todos de que era el momento de volver al JOHNSON sin más tiempo que perder; y a una velocidad que nadie podía imaginar se pudiera alcanzar en aquella situación, en pocos instantes habían puesto varias millas de distancia entre ellos y el desagradable hallazgo del que habían sido protagonistas.

Pocos días después, los oídos de los atentos parroquianos de diversas tabernas de puerto fueron regalados por la narración de tan extraños acontecimientos, los cuales, poco a poco fueron adornados con fenómenos paranormales y fantasmales que a buen seguro, a más de uno le hicieron despertar de madrugada empapados en sudor debido a la natural pesadilla.

© Coral y Ramiro González.

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