Fue aquel verano de 1916 un tiempo extraño en los astilleros de Flandes donde se construía una flotilla de submarinos para la Armada alemana, inmersa en la Primera Guerra Mundial. Los sombríos rumores de los operarios comenzaban a preocupar a los responsables de los astilleros.
El casco de uno de aquellos submarinos se había ganado la fama de «maldito» por algunos accidentes sufridos. El primero de ellos fue el desprendimiento de una viga que inexplicablemente se soltó de sus anclajes, viniendo a precipitarse sobre dos obreros. Esta fortuita circunstancia provocó un notable retraso en las obras pues nadie quería entrar en contacto con aquel casco del que extrañamente emanaba una sensación de mala suerte. Casi todos lo notaban. La situación llegó ser tan grave que el comandante de la flotilla de sumergibles de Flandes, el almirante Schroeder, se presentó en los astilleros y tras visitar el submarino pronunció un discurso en el que definía todas aquellas habladurías como estúpidas supersticiones divulgadas por el enemigo, exigiendo que se corrigieran las irregularidades, y se marchó.
Aparentemente el tema quedaba zanjado, sin más problemas para terminar su construcción. Los trabajos finalmente pudieron llevarse a cabo satisfactoriamente y el U65 fue botado sin más novedad, junto con sus hermanos de grada. Tras completarse su equipamiento y tripulación, zarpó para llevar a cabo las correspondientes pruebas de mar, pero al poco tiempo, la emisión de gases tóxicos provocados por una pequeña explosión envolvió por completo la flamante sala de máquinas, produciendo la muerte por asfixia a tres marineros.
En la siguiente prueba de navegación, ya en formación con el resto de la flotilla, después de varias horas de singladura, se desató una violenta tormenta y el capitán del U65, Martin Schelle, tomó la decisión de dar la orden de inmersión, no sin antes someter a todo el conjunto de escotillas a una inspección rutinaria de estanqueidad, para lo cual fue designado un experimentado suboficial. Sorprendentemente y sin ninguna explicación, este tripulante, tras recibir la orden, se dirigió a la zona de proa, saliendo a cubierta, tras lo cual se arrojó por la borda, perdiéndose rápidamente en medio de una mar embravecida, sin que hubiera ni tiempo ni posibilidad alguna de ser rescatado. La tripulación, que ya conocía los antecedentes del submarino, no pudo por menos que quedar sobrecogida. Sin embargo, las pruebas eran prioritarias y no debían suspenderse. Tras unos momentos para tranquilizar los ánimos, fue ordenado el descenso. Este se comenzó sin novedad, aunque cuando el capitán ordenó estabilizar el submarino en torno a los diez metros de profundidad, el U65 no respondió, continuando indiferente su descenso, yendo a posarse suavemente en el fondo que, afortunadamente no se encontraba a demasiada profundidad. De inmediato, y con los nervios a flor de piel, fue comprobado el funcionamiento de todo el equipamiento, encontrándose en perfecto estado, tras lo cual se dio la orden de regresar rápidamente a la superficie, pero contrariamente a lo esperado el submarino se negó a obedecer, comenzando a filtrarse agua por algunas rendijas, con tan mala suerte que llegó al pañol donde se encontraban las baterías, lo que generó un gas venenoso que obligó a los marineros a hacer uso del oxígeno de reserva. Así debieron permanecer durante las siguientes doce horas, tras las cuales súbitamente la nave comenzó a emerger. La cara de alivio de la tripulación al ver nuevamente la luz del sol no podría describirse fácilmente.
Una vez que el capitán hubo comunicado tan extraño parte de sucesos, se tomó la decisión de llevarlo a los astilleros de Brujas donde, puesto en dique seco, fue revisado de proa a popa, de la sentina al periscopio, por dentro y por fuera, sin encontrarse ninguna razón plausible para explicar lo ocurrido. A la vista del buen estado en que se encontraba, no hubo ninguna duda de declararlo nuevamente apto para el servicio, siendo nuevamente botado, y amarrado al muelle. Aprovechando esta inspección, se procedió a su aprovisionamiento y armado correspondiente. Mientras se estaba realizando la maniobra de embarque de los torpedos, un terrible accidente provocó que uno de ellos explotara matando a varios marineros, uno de ellos era el segundo oficial.
A bordo, quedaban ya pocos que no sintieran la siniestra presencia del U65, que todo lo envolvía. Pese a todo, la Armada alemana no podía permitirse mantener amarrada una de sus unidades, por el simple hecho de haber coincidido varios accidentes seguidos. Se procedió a reparar los desperfectos. Pero, tras haber sido remolcado nuevamente hacia los astilleros, una de las noches el jefe de torpedos debió ser reanimado por sus compañeros tras haberse desmayado. Cuando se recuperó explicó aterrorizado que había visto con gran claridad el fantasma del segundo oficial fallecido en la explosión, de pie y con los brazos cruzados sobre la cubierta de proa. Otro marinero relató posteriormente la misma historia, antes de desertar y desaparecer para siempre.
Una vez subsanados los desperfectos, el U65 partió para su primera misión de guerra en aguas del Atlántico norte. No tuvo ningún problema para hundir un mercante en las cercanías de la costa de Kent, al sureste del Reino Unido. Pocas horas después, el vigía de estribor comunicó que un hombre uniformado se encontraba en la proa con los brazos cruzados mientras las olas lo atravesaban. Los marineros empezaron a llamarlo a gritos, cuando se volvió todos pudieron comprobar que se trataba de aquel segundo oficial muerto tiempo atrás. Tras este nuevo incidente, el sumergible puso rumbo a su base viéndose sorprendido por un bombardeo en el momento de arribar. A resultas de este ataque, el capitán cayó muerto por un trozo de metralla cuando atravesaba la pasarela. Pero lo verdaderamente extraño fue que, en estos momentos de tensión, un marinero asegurara que el espectro del segundo oficial estaba en el interior del submarino.
Una vez subsanados los desperfectos, el U65 partió para su primera misión de guerra en aguas del Atlántico norte. No tuvo ningún problema para hundir un mercante en las cercanías de la costa de Kent, al sureste del Reino Unido. Pocas horas después, el vigía de estribor comunicó que un hombre uniformado se encontraba en la proa con los brazos cruzados mientras las olas lo atravesaban. Los marineros empezaron a llamarlo a gritos, cuando se volvió todos pudieron comprobar que se trataba de aquel segundo oficial muerto tiempo atrás. Tras este nuevo incidente, el sumergible puso rumbo a su base viéndose sorprendido por un bombardeo en el momento de arribar. A resultas de este ataque, el capitán cayó muerto por un trozo de metralla cuando atravesaba la pasarela. Pero lo verdaderamente extraño fue que, en estos momentos de tensión, un marinero asegurara que el espectro del segundo oficial estaba en el interior del submarino.
Tan inexplicables incidentes se sucedían sin cesar. Durante otra misión, se cuenta que el jefe de torpedos Eberhardt no pudo soportar la impresión que se llevó al ser rozado por el espectro y se suicidó, y cuando el U65 emergió un marinero se lanzó al agua y se ahogó. Algo más tarde, al ser atacado por cargas de profundidad se dio orden de inmersión, y llegado el momento de emerger el submarino se negaba a responder a las correspondientes maniobras, mientras tanto, una luz verdosa se movía de un lado a otro en el interior, llevando el espanto a todos los que allí estaban. En medio del pavor, uno de los marineros empezó a gritar histéricamente diciendo que el fantasma le había acariciado la mejilla con unos dedos helados. Finalmente el submarino logró alcanzar la superficie y arrumbó hacia su base, pero la tripulación, aterrorizada y absolutamente convencida de que convivían con un fantasma, se negó a embarcar nuevamente, por lo que hubo de ser sustituida.
Toda esta sucesión de extraños acontecimientos y accidentes, y la inusual cantidad de muertes a bordo en tan corto período de tiempo, que hasta ese momento habían sido acalladas por la cúpula militar, inevitablemente acabó llegando a conocimiento de los altos mandos de la Marina Imperial, quienes en un intento de sosegar a la tripulación, cursaron las órdenes pertinentes para que un sacerdote exorcizara el submarino. Pero al parecer esta curiosa solución tampoco dio resultado. En la siguiente misión del U65 un artillero acabaría volviéndose loco, un marinero se suicidó y el jefe de máquinas acabó con una pierna rota.
El 10 de julio de 1918 un submarino norteamericano, el L-2, localizó en superficie e identificó al U65 navegando a la deriva frente a las costas de Irlanda, posicionándose el L-2 para la maniobra de ataque, momento en que sorprendentemente el sumergible alemán explotó hundiéndose a continuación. A través del periscopio, el capitán americano llegó a ver a un oficial en la proa con los brazos cruzados mientras el navío alemán se sumergía por última vez bajo las aguas. A finales de ese mes, el almirantazgo alemán comunicó oficialmente la pérdida del U65 junto con los 34 miembros de su tripulación.
Toda esta sucesión de extraños acontecimientos han hecho famoso a este sumergible alemán de la Primera Guerra Mundial, y ese es precisamente, el verdadero misterio. Pues, oficialmente, nada de esto ocurrió jamás.
El U65 fue construido en los astilleros Vulcan de Hamburgo y entró en servicio en la Marina Imperial en agosto de 1917. Sus pruebas de mar se llevaron a cabo sin ninguna novedad pasando a formar parte de la flotilla de submarinos con base en Bremerhaven, Alemania. Su misión se desarrollaría entre las islas Sheland y las Hébridas. Algo más tarde tendría como misión la vigilancia de las aguas del canal de St. George en las cercanías de Irlanda. Desarrolló todas sus misiones en diferentes aguas con éxito. Lo único cierto es que el 10 de julio de 1918 fue el final de su vida y la de sus tripulantes cuando fue localizado por el submarino americano L-2, pero no lo atacó; cuando estaba preparado para hacerlo el U65 explotó sin más desapareciendo a continuación.
Aunque hay un misterio aún mayor si cabe: es inexplicable el hecho de que unos soldados pertenecientes a un ejército heredero del aguerrido ejército prusiano gritaran, lloriquearan, patalearan, desertaran o se suicidaran por la visión de un triste fantasma.
Quien sabe si el U65 y su tripulación fantasma siguen cruzando los mares, al menos las procelosas aguas de la imaginación.
© Ramiro y Coral González
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