Saludos querido navegante. Disculpa que no me presente, soy tan vieja que ya no recuerdo mi nombre, quizá por eso los hombres me han puesto muchos desde hace tanto tiempo…
Vivo en algún lugar de tu fantasía, tengo forma de isla y floto, dicen, sobre las aguas del Atlántico, no muy lejos de las Makáren Nésoi, más conocidas en la actualidad como Islas Canarias. Pero permíteme que te cuente algo de mi historia.
Un sabio griego del siglo II de tu nueva era llamado Claudio Ptolomeo, en su obra Geographike Uphegenesis, en el Libro IV, me da nombre, Aprósitus, “la isla que no se muestra”. Casi doscientos años después un intrépido monje inició un largo y arriesgado viaje. Cuenta la Historia que un viejo ermitaño llamado Barinthus le explicó a San Brandán de Cluaninfort que el Jardín del Edén del Antiguo Testamento existía realmente. San Brandán junto a catorce monjes se apresuró a salir a buscar el Paraíso con la excusa de evangelizar tierras ignotas. Siete años pasaron vagando por el Atlántico, conociendo diferentes lugares, hasta que arribaron a una extraña isla. Allí desembarcaron y celebraron una misa como acción de gracias. Al poco, la isla comenzó a moverse, ¡era una ballena con vegetación en el lomo! Cuarenta días después llegó hasta mis costas. Fue divertido ver las caras de aquellos monjes admirando mi exuberante vegetación plagada de pájaros que llenaban mi limpio aire con sus animadas melodías. Aquel día, las arenas negras de mis playas eran bañadas por un plácido mar al que llegaban, cantarinas, las aguas de mis múltiples riachuelos.
Siete años se quedaron aquellos monjes morando en mis tierras, hasta que un día, nunca supe por qué, marcharon de regreso a su Irlanda natal. A partir de aquel momento, se me empezó a conocer como San Borondón, aseguran muchos que en honor a aquel fraile, celta, druida que vivió en mi seno tanto tiempo.
Siete años se quedaron aquellos monjes morando en mis tierras, hasta que un día, nunca supe por qué, marcharon de regreso a su Irlanda natal. A partir de aquel momento, se me empezó a conocer como San Borondón, aseguran muchos que en honor a aquel fraile, celta, druida que vivió en mi seno tanto tiempo.
Con el devenir de los siglos, mi nombre, mi presencia, mi existencia fue insistente tema de discusión en los cenáculos de la época. Y es que en el siglo XVI, los castellanos estaban en plena conquista de las Islas Afortunadas, se conocían así en aquellos tiempos, y codiciosos, querían más y no dudaron en organizar expediciones comandadas por los mejores capitanes para localizarme, recuerdo algunos nombres: Hernando de Troya, Fernando Álvarez, Hernando Villalobos, Gaspar Pérez de Acosta…ah, y un clérigo, fray Lorenzo Pinedo. Craso error, no se me conquista con tanta facilidad. Me reí mucho cuando regresaron y se presentaron humillados ante sus superiores con las manos vacías. Y me llamaban la Non Trubada.
Fueron muchos los que aseguraban frenéticos que me habían visto, e incluso que me habían pisado; no puedo certificar que sea cierto, tengo muchas obligaciones conmigo misma y no puedo estar pendiente de todo; pero sus testimonios no caían en saco roto, hasta el famoso almirante Cristóbal Colón dejó plasmado en su Diario de a Bordo de aquel 1492 algunos datos sobre mí. De hecho, creo que pasó muy cerca, pero estaba tan preocupado con los cálculos de navegación que no me vio.
Nunca fue mi intención ser protagonista de nada, pero me dieron tanta importancia que llegaron a designar a un tal Francisco Fernández de Lugo como mi Gobernador ¡y ni me conocían! Oh, y también es muy divertido verme en los mapas, sí, de verdad, salgo en los mapas, me gustaría destacar especialmente el que dibujó Behaim en 1492 en el cual me ubica al suroeste de Canarias; otros, por el contrario, me colocaron en diversos puntos del Atlántico. Y por si fuera poco, se atrevieron a alzar un plano de mis tierras, lo hizo un ingeniero militar de origen italiano llamado Torriani.
Bien pensado, no es de extrañar que no den conmigo, siempre cambio de lugar según el autor. Unos me colocan a unas cuarenta leguas al oeste de la isla de La Palma y al noroeste de El Hierro. Otros me localizan a cien leguas de la isla de El Hierro, ― un poco lejos, diría yo, para distinguirme a simple vista―, hay quien afirma que estoy a solo dieciocho leguas de la mencionada isla de El Hierro. Un fraile del siglo XVII muy aficionado a la Historia, Juan de Abreu Galindo, me sitúa exactamente a 10º y 10’ de longitud y 29º y 30’ de latitud entre las islas de La Palma y la Gomera. Sí, yo también me pregunto hacia dónde, ¿Norte?, ¿Sur?, ¿Estaré por el Este?, ¿O quizá por el Oeste? También se atreve con mis dimensiones y afirma que mido 87 leguas de largo por 28 de ancho. Un poco flaca ¿no?
Sé que abundan los documentos en los que se habla de mí y que cuentan muchas historias. Uno de ellos, escrito en el siglo XVI, es mi favorito. En él se describen las peripecias de los viajeros de una carabela portuguesa que regresaba de Brasil. El mar embravecido arrojó a la embarcación a las costas de una extraña tierra, según ellos, y que sobre la arena de la playa observaron con asombro las huellas que duplicaban en tamaño las de ellos no pudiendo dejar de imaginar la existencia de extrañas criaturas. A veces he pensado que aquellos pobres hombres venían aquejados de penosas dolencias debido a los muchos días en la mar…
Les faltó tiempo para correr hacia las autoridades pertinentes a contárselo, otra historia más de “La Encubierta”, pensarían ellos.
Les faltó tiempo para correr hacia las autoridades pertinentes a contárselo, otra historia más de “La Encubierta”, pensarían ellos.
Hay un nombre que me suena mucho, es el de Edward Harvet. Se trataba de un naturalista de origen escocés que trabajaba para la Royal Society británica. En uno de sus numerosos periplos por las costas africanas, en una escala en Canarias se enteró de la ya célebre leyenda de la Non Trubada ―yo―. Entusiasmado regresó a Inglaterra a poner en conocimiento de la directiva de la sociedad un proyecto que le bullía en la cabeza desde que oyó hablar de mí. Una vez pasado el estupor inicial y cuando las embestidas de las carcajadas cesaron se negaron rotundamente a financiar tan demencial aventura: una expedición a una isla fantasma. ¡Jamás!
Lejos de arredrarse, el señor Harvet vendió todas sus posesiones y se encaminó a la aventura. Llegó a Tenerife en septiembre de 1864 y sin demora, fletó un pequeño barco con una reducida tripulación a cuyo frente iba el capitán Rafael Méndez del Rey. De aquel episodio no se supo nada más hasta que un día del año 2002 una foto apareció por casualidad, en su reverso alguien escribió «Edward Harvet, descubridor de San Borondón». Tras una intensa búsqueda, se descubrió en la casa familiar de Harvet un viejo baúl que contenía notas, fotografías, dibujos y apuntes de extrañas especies animales y vegetales. Sin dudarlo, un pequeño colectivo de artistas se puso manos a la obra y materializó tridimensionalmente lo que estaba en aquellos papeles, exponiendo el resultado en una sala de arte de Santa Cruz de Tenerife. Me hubiese gustado mucho ir, pero, me dio vergüenza.
No es rebeldía el que aparezca y desaparezca, no me río de nadie, pero me escondo porque a lo largo de los milenios he observado cómo trata el hombre a la tierra y a sus semejantes: matanzas, injusticias, desigualdades, destrucción, contaminación… y me aterra que hagan lo mismo conmigo.
Pero a veces me distraigo, por eso me habéis visto en tan numerosas ocasiones. Y tú, si lo deseas con sinceridad, también podrás verme algún día, solo tienes que subir a alguna montaña elevada de La Palma, La Gomera, El Hierro o incluso Tenerife y mirar hacia el Oeste, pero eso sí, con los cristalinos ojos de un niño, solo a través de la ilusión podrás presumir de ser uno de los muchos afortunados que ha gozado del placer de ver la isla Encantada.
© Coral González.
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